María y el sacerdocio

María y el sacerdocio

news1527Hay solamente una forma de dar la máxima gloria a Dios, y es a través del sacrificio de Nuestro Señor en la Cruz, que se renueva cada día en el altar. Solo aquí, por Cristo, con Cristo y en Cristo, se da a la Santísima Trinidad todo honor y gloria. Del mismo modo, solo hay una manera de redimir almas y devolverles la vida divina, y no es otra que a través de la Sangre de Nuestro Señor, que fluye en las almas a través de los canales de los sacramentos, y las libera de la prisión del pecado original y de todas las inmundicias, las purifica y sana de su lepra espiritual y las llena de luz y de todos los tesoros divinos.

De acuerdo con la voluntad de Nuestro Señor Jesucristo, ¿quién es el único que puede realizar en la tierra la obra de la redención y continuar dando toda gloria a Dios vertiendo la Sangre de Cristo en las almas? El sacerdote. En consecuencia, lo que más preocupa al Inmaculado Corazón de la Virgen, tan ansioso por la salvación de sus pobres hijos perdidos, es el sacerdocio. El deseo más profundo de nuestra Reina es ofrendar a su Hijo nuevos continuadores de su obra de salvación, para que, a través de estos instrumentos, íntimamente unidos con su Hijo por el carácter sacerdotal, pueda arder en toda la tierra la llama de su Sagrado Corazón: el Camino, la Verdad y la Vida.

¡Qué grande, entonces, debe de ser el deseo de la Santísima Virgen de que en todas partes estos dispensadores de gracias divinas, instrumentos de Cristo “por excelencia”, puedan multiplicarse! Porque es a través de ellos, sobre todo, que puede cumplir su misión de entregar a Jesús al mundo, santificar las almas y transformarlas en otros Cristos.

Sin ellos, aquellas almas por las que sacrificó a su Hijo y tanto oró y sufrió, sus hijos amados, se arriesgarían a separarse eternamente de su Madre y a condenarse para siempre.

Por eso quiere realizar su oficio de Mediadora de todas las gracias especialmente entre aquellas almas generosas a las cuales llama a una vida superior, dándoles luz y fuerza para superar las vacilaciones y obstáculos y preparándolas al sacerdocio, hasta el momento bendito en que Ella puede presentárselas a su Hijo, quien, a través de las manos del Obispo, realmente las convierte en otro Él mismo. Verdaderamente, “si la Virgen, Madre de Dios, ama a todas las almas con un amor ardiente, tiene predilección por los sacerdotes, que son la imagen viva de Jesucristo” (Pío XI).

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