El apostolado del traductor es muy poco conocido. Con frecuencia recibimos nuevos documentos en nuestra lengua materna y pocos se preocupan por saber quién los tradujo.
Sin embargo, este arte es una verdadera fuente de santificación. primero porque le pide al traductor que conozca bien los dos idiomas elegidos; luego, debe tener este deseo, bien arraigado en él, de brindar la mejor traducción; no la más literal, sino la más cercana al Corazón Inmaculado de María. Debe encontrar la traducción que, conservando la idea principal, al mismo tiempo sea capaz de hablar a las almas, despertarlas, tocarlas, conmoverlas… más que nunca el traductor debe ser, como dice San Pablo, «judío con los judíos, romanos con los romanos… y estar con todos como con Cristo» por medio de su pluma.
La traducción debe tener en cuenta el texto original, mas ha de considerar también las circunstancias, los usos, las costumbres y los modismos del país en cuestión. Recordemos que muchos encontraron la salvación mediante la lectura de los Evangelios traducidos en griego y latín. El traductor, por tanto, ha de recurrir necesariamente a la Inmaculada para que su texto sea como Ella lo quiere, Ella.
Y el revisor, ¿no debe tener también el ojo agudo de la Inmaculada para detectar, percibir e identificar toda pequeña imperfección en los textos?
Los buenos traductores y revisores son perlas raras. Usualmente tenemos numerosas personas con buena voluntad que, sin embargo, a menudo no perseveran o lo hacen poco, o cuya obra no es lo suficientemente satisfactoria como para poder ser publicada por el bien de las almas.
¡Oh, Inmaculada! Tú que enseñaste al Niño Jesús a leer y escribir, instrúyenos también a fin de poder realizar en nuestros documentos una digna labor de traducción y corrección para tu gloria y tu triunfo.
Siempre estamos en busca de nuevos traductores, ¡no dude en contactarnos!
