Nuestra Señora y el Buey Tonto

Nuestra Señora y el Buey Tonto

news1687Santo Tomás, el más grande maestro que la Iglesia Católica ha conocido, solía decir que aprendía menos de los libros que al pie de la Cruz, o del altar. Su devoción a la Sagrada Eucaristía era tan grande, que frecuentemente pasaba largas horas por la noche en oración.

En una ocasión, después de haber pasado muchas horas en una conversación informal con dos judíos en la casa de un rico conde, acordaron que volverían al día siguiente para continuar la discusión. Santo Tomás pasó toda la noche en oración ante el Santísimo Sacramento. Al día siguiente, los dos judíos regresaron, pero no para discutir, sino que se convirtieron y rogaron por el don de la Fe y del Bautismo.

Entre todas las personas, es sorprendente lo cambiantes y frívolos que son los intelectuales. Parecen andar de moda en moda, y es de sus filas que el enemigo de la Iglesia recluta a los fundadores de las nuevas religiones.

Pero Santo Tomás fue llamado por sus compañeros de clase “el Buey Tonto”, porque nunca hablaba en clase y se parecía a los leñadores que no hablan porque no tienen nada interesante que decir. Santo Tomás, sin embargo, no hablaba porque estaba sumergido en las profundidades de la Verdad dentro de su corazón, y estudiaba meticulosamente cómo traducir sus conocimientos en devoción y un amor cada vez mayor a Dios. Para Santo Tomás, el aprendizaje no era el estudio de un libro, sino la adquisición de la luz del mundo que da vida a todos los hombres.

Para él, toda palabra era verdadera, provenía de Cristo, el Verbo eterno. Al igual que la Virgen María, o conducía todas las cosas a Cristo o las consideraba a la luz de Cristo. De esta manera, resolvió con la oración sus problemas intelectuales más difíciles.

Los hábitos intelectuales de Santo Tomás se formaron muy pronto en su alma, por su devoción a María y el amor a la pureza. Al igual que Ella, meditaba sobre un espinoso problema intelectual en lo profundo de su corazón, a la luz de la luz misma, el Verbo Encarnado, que sólo imparte sus secretos a los que aman. En Santo Tomás, el instinto natural del niño de saber: “¿Qué es esto mamá?” se acoplaba a un instinto igualmente fuerte de amarlo, poseerlo y vivirlo.

Ninguno de nosotros posee nada parecido a los talentos de Santo Tomás, pero cada uno de nosotros tiene su instinto católico, no sólo de conocer la verdad, sino de vivirla. Como él, debemos desarrollar este talento por medio de la devoción a María. En primer lugar, como él, oremos a Nuestra Señora, no para saber lo que suscita alabanzas o victorias en los debates, sino lo que debemos saber para amar más a Dios y servirle mejor. En segundo lugar, pidamos a la Virgen que nos ayude a comprender por qué es verdad y cómo podemos practicarla. Tercero, amemos esta verdad, como amamos a Cristo mismo, porque Él dijo: “Yo soy la Verdad”. Cuarto, debemos memorizarla, guardándola en nuestro corazón.

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