“He aquí a tu madre”: misterio de las dulzuras divinas

“He aquí a tu madre”: misterio de las dulzuras divinas

news1694Las palabras de Jesús hacen lo que significan. En Naim, toca el ataúd en el que se lleva al muerto: “¡Joven, te digo que te levantes!” Y el muerto se sentó y comenzó a hablar. En Betania, después de haber rezado a su Padre, gritó en voz alta: “¡Lázaro, sal!” Y el hombre muerto salió.

La palabra de Jesús en la cruz a su Madre viene al encuentro de su deseo de dar su vida con su Hijo para la salvación del mundo. Al decir a su Madre: “Mujer, he aquí tu hijo”, abre su seno materno a la angustia universal de la humanidad, le da, en la medida de lo posible, a la más santa de las criaturas, para que dé a luz con él, y después de él cada uno de los que él sólo, siendo Dios, puede lavar sus pecados en la sangre de su cruz.

A San Juan se le dará una felicidad, una dulzura que nunca imaginó que podría esperar. Estará tan cerca de su Dios que tendrá que considerar como su madre, la misma Madre de su Dios. Las palabras del Salvador: “He aquí tu madre” vienen a inaugurar y a encontrar en su corazón un amor, desconocido en todas las épocas anteriores, pero destinado a pasar desde entonces al corazón de los discípulos más pobres, y a través del cual se convierten tanto en los hermanos del Salvador que su Madre se convierte en su madre: “¡Santa Madre de mi Dios, que para mí,  es una madre, mi madre!”

“Y desde esa hora el discípulo la recibió en su intimidad.” Podemos traducir: “en su casa”, o literalmente: “en sus posesiones”. Se le confía menos como una mujer a la que proteger que como una madre a la que venerar. Y aún más secretamente que su morada temporal, es la morada de su corazón que el discípulo amado abre a la Madre de su Dios. Es ella quien da y él quien recibe. “Nadie puede adquirir el Espíritu si no se ha apoyado en el pecho de Jesús y ha recibido de Jesús, a María para su propia madre”, dijo Orígenes.

¡Qué dulzura de Jesús por su Madre al darle como hijos, en la persona del discípulo amado, a aquellos por los que derramó la sangre de su redención! ¡Qué dulzura de Jesús para el discípulo amado, en el que están representados todos aquellos que, cerca o lejos, acogerán las advertencias del amor divino, para darles espiritualmente por Madre su propia Madre! He aquí que la ternura de corazón de la Madre de Dios se derramará sobre la miseria de los hijos de Adán, he aquí que se convertirán en hermanos de Jesús, no sólo porque tendrán a Dios como Padre a través de la adopción, sino también porque tendrán a María como Madre a través de su compasión redentora universal.

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