Origen y reseña histórica de la M. I.

Origen y reseña histórica de la M. I.

Tabla de contenido

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  1. El año 1917
  2. El desarrollo de la M. I.
  3. La M. I., traicionada tras el Concilio Vaticano II

1. El año 1917

Este es el año de la Revolución de Octubre en Rusia, ¡pero también el año de las apariciones de Nuestra Señora en Fátima!

A su vez, en este año la masonería festeja en Roma el segundo centenario de su fundación. Se ven por doquier banderas y carteles que representan al Arcángel San Miguel vencido y derribado por Lucifer. Los desfiles llenan las calles de la Ciudad Eterna y en la Plaza de San Pedro se escuchan consignas blasfemas como:

«¡Satán tendrá que reinar en el Vaticano, el Papa le servirá!».

El hermano Maximiliano María Kolbe, franciscano conventual polaco, se encuentra en ese momento estudiando teología en la Gregoriana de Roma, y, a su pesar, es testigo de estas hostiles demostraciones contra la Iglesia. Ante ello, se pregunta:

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«¿Será posible que nuestros enemigos desplieguen tantas actividades para dominarnos, mientras que nosotros nos quedamos ociosos, abocados a lo sumo a rezar, sin pasar a la acción? ¿Acaso no tenemos armas más poderosas, siendo que podemos contar con el Cielo y, especialmente, con la Inmaculada?».

Gracias a la meditación de las Sagradas Escrituras y de los Padres de la Iglesia; inspirándose en la doctrina de los grandes santos marianos como San Luis María Grignion de Monfort; considerando también el dogma de la Inmaculada Concepción y las apariciones de Nuestra Señora en Lourdes, como también el alcance práctico y social de estas grandes verdades, nuestro joven fraile llegó a la siguiente conclusión:

«La Virgen sin mancha, vencedora de todas las herejías, no cederá el paso ante su amenazante enemigo; si encontrara siervos fieles y dóciles a su mandato, Ella obtendría nuevas victorias, más grandes de las que podríamos imaginar».origine4

 

Asimismo, en 1917 se celebra en Roma otro aniversario, una fecha de victoria para la Inmaculada: la fulgurante conversión del judío Alfonso Ratisbona en 1842, obtenida por las gracias de la Medalla Milagrosa. A partir de esta feliz coincidencia, el hermano Maximiliano concibe la institución de una caballería de la Inmaculada, que tomaría como signo de adhesión y protección de sus «caballeros» la Medalla Milagrosa.

De esta manera, el 16 de octubre de 1917, en la fiesta de la aparición de San Miguel en el monte Tombe, tres días después del milagro del sol de Fátima, el hermano Maximiliano, junto a seis compañeros y con el permiso de sus superiores, funda la Milicia de la Inmaculada (MI), en una ceremonia que tuvo lugar en la capilla del Colegio Seráfico, ante el altar de Nuestra Señora.


2. El desarrollo de la M. I.

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El año siguiente a su fundación, la Milicia de la Inmaculada recibió la bendición apostólica del Papa Benedicto XV, bendición repetidamente renovada por sus sucesores; luego fue aprobada como Pia Unio el 2 de enero de 1922 por Pío XI; fue luego elevada al rango de Pia Unio Primaria en 1927, lo que la autorizó a fundar filiales. A partir de entonces, la M. I. experimentó una magnífica expansión por todo el mundo, incluso en el Lejano Oriente.

En 1933, solo seis años después de la fundación de la Ciudad de la Inmaculada (Niepokalanow), sede central de la organización, había allí 762 religiosos, dedicándose celosamente a todas las formas de apostolado, en particular el de la prensa.

En 1939, su principal revista mensual, Le Chevalier de L’Immaculée, publicó alrededor de 750.000 ejemplares.

En 1942, con motivo del 25º aniversario de la fundación de la M. I., recibió una nueva aprobación del Papa Pío XII, junto con sus felicitaciones y su bendición apostólica.

Al iniciar el Concilio Vaticano II, la M. I. tenía 500 sucursales en los cinco continentes y aproximadamente 3 millones de miembros.


3. La M. I., traicionada tras el Concilio Vaticano II

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El Papa Juan Pablo II con Franciszek Gajowniczek el día de la canonización del Padre Maximiliano en 1984. Fue el hombre por el que el padre Kolbe sacrificó su vida.

La revolución engendrada por el Concilio Vaticano II no dejó indemne a la M. I. e introdujo cambios radicales:

1. EL NOMBRE

Los críticos de la M. I. y todo lo relacionado con la Virgen Inmaculada atacaron primero el nombre de «Milicia de la Inmaculada» y lo cambiaron por «Misión de la Inmaculada», suprimiendo así el carácter militante, defensor y victorioso de la Inmaculada, que no correspondía a los principios de libertad religiosa y pacifismo conciliar.

Poco después, los estatutos se adaptaron al espíritu del concilio. Lamentablemente, los nuevos estatutos ya no estaban llenos de citas de los santos, sino del Concilio Vaticano II y de los Papas Pablo VI y Juan Pablo II. Solo quedaron citas muy pequeñas de los escritos del padre Maximiliano María Kolbe.

2. EL FIN 

Estos estatutos modificados establecen un fin completamente nuevo para la M. I.; no se menciona más a los masones, herejes, etc.

La oración jaculatoria diaria de los Caballeros («Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros…») también ha sido modificada. El padre Maximiliano había añadido por inspiración divina «y por todos aquellos que no recurren a Vos, especialmente los masones»; esta última parte fue suprimida.

En estos nuevos estatutos ya no figuran la conversión de las almas, el abandono del error y el retorno al seno de la Iglesia. Ni una sola palabra sobre el demonio como principal enemigo de la Inmaculada y de las almas. Es decir, ya no se alude a la salvación de las almas, que deben ser arrebatadas del infierno a toda costa.

3. LA ESENCIA

Aunque aún se habla de la consagración total a la Inmaculada, las implicaciones concretas de esta consagración están modificadas esencialmente. No se menciona la obediencia a la voluntad de la Inmaculada; en lugar del apostolado de propagación de la verdadera fe, se enfatizan las actividades diseñadas para promover la dignidad de la persona humana y para la protección de la vida humana.

La Santísima Madre de Dios se presenta meramente como un modelo a seguir, entre tantos otros, y no como medio seguro de santificación y nuestra única Esperanza para alcanzar la Santidad.

Por otro lado, los nuevos estatutos callan sobre lo que el padre Maximiliano llama «la aplicación práctica del dogma de la Inmaculada Concepción», es decir, Su rol activo de Mediadora de todas las gracias (una verdad que, desde el Concilio Vaticano II, ha sido reducida al rango de opinión debatible), en particular las gracias de conversión y de santificación. Así, se renegó de aquello que el fundador consideraba como el fundamento de su proyecto:

«Todos los trabajos de la M. I. se basan en la verdad de que María es la Mediadora de todas las gracias. Si no fuera así, entonces todos nuestros trabajos y esfuerzos serían vanos y perderían su sentido». (Conferencia del 6 de junio de 1933)

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