Cuando el arzobispo Lefebvre hablaba de la Santísima Virgen María, le placía describirla como “Espejo de Cristo”.
San Juan Eudes explica este concepto con gran profundidad, mostrando que María es ante todo una imagen viva del Amor divino y de todos los atributos de Dios:
“El Corazón Inmaculado de María es una expresión perfectísima y un compendio maravilloso de todos los atributos del Ser Divino. Ese Corazón es a su vez, un espejo glorioso en el que se plasma el gran amor de Jesús hacia su amantísima Madre con todas las perfecciones de su divinidad y su humanidad.”
Por encima de todo, ve en Ella, el espejo de la unidad divina: “Porque como Dios es todo solo y todo único en la infinita majestad de toda su grandeza, único poderoso, único bueno, único sabio, único misericordioso, único justo, único inmortal, único bendito, único Señor, único Altísimo: Así pues, no hay más que un único Corazón de la Madre de Dios en todo el universo.
“Y este Corazón es muy singular en su orden y en la excelencia de sus perfecciones, superando en poder, en sabiduría, en bondad, en misericordia, en piedad, en amor, en caridad, y en toda clase de virtudes, a todos los corazones perfectos de los ángeles y de los santos.”
La unidad de Dios se presenta aquí especialmente desde el punto de vista de su trascendencia absoluta, como plenitud y fuente de todo bien. Todos los seres son como muchos rayos que emanan de una fuente de luz.
Todas las cosas y todo ser que ha sido creado o que alguna vez será creado desciende de Dios. Él es la fuente de todo, y todo está contenido en Él siendo su causa y su fin universal.
Ahora bien, la Santísima Virgen es el más hermoso reflejo de este “Todo y Uno” de Dios. Ella supera todas las perfecciones de los santos y de los ángeles, las contiene todas en su Corazón. Por eso es llamada por el Ángel: gratia plena – plenitud de gracias.
“Este Corazón único no ha tenido nunca otro amor, que el purísimo amor de Dios. Nunca ha sufrido por sí mismo la multiplicidad de pensamientos superfluos, los deseos inútiles y afectos vanos, que ordinariamente ocupan y dividen a los miserables corazones de los hijos de Adán; sino que siempre ha tenido un solo pensamiento, un solo propósito, una sola voluntad, un solo afecto, una sola intención y un único deseo: agradar a Dios y cumplir con Su Santa Voluntad en todo y en todas partes.”
Aquí el autor aborda otro aspecto en María que hace resplandecer este “Espejo de la Unidad divina”: A causa del pecado original, los seres humanos llevan en sí mismos división, multiplicidad, contradicción, oposición. En efecto, es el pecado de Adán que nos separó a todos de Dios, el que también hizo que el hombre perdiera el único propósito de su vida, y por esta causa, sus pensamientos y sus deseos se dispersan y van en todas direcciones.
Quedan en él sólo vestigios de aquel antiguo y bello reflejo de la unidad divina. En la Virgen Inmaculada, por el contrario, todo está unido, pues la inteligencia, la voluntad, el deseo del corazón, del cuerpo y del alma, se dirigen total y exclusivamente hacia el mismo y único fin: el amor de Dios.
Estemos, a través de ella, cada vez más decididos a dirigir nuestras almas hacia Aquel que es “el único Santo, el único Señor, el único Altísimo, Jesucristo”, para reflejarlo cada vez más en nuestras vidas.