Reina de todos los corazones

Reina de todos los corazones

San Luis-María Grignion de Montfort le da a la Virgen el título de “Regina cordium – Reina de todos los corazones”, y describe de qué manera debe reinar María en nosotros.

En primer lugar es un gobierno sobre nuestra vida interior. De hecho, nos sentimos dueños de nuestra vida interior. Nadie puede penetrar en los secretos de nuestro corazón sin nuestro permiso: es la sede de nuestra libertad, de nuestra intimidad, y sólo nosotros determinamos nuestros pensamientos, nuestras inclinaciones, nuestras decisiones.

En principio, queremos someter esta vida interior a Cristo Rey y, sin embargo, nos resulta extremadamente difícil en nuestra vida diaria. Para facilitarnos este sometimiento a su voluntad, nos envía a la Inmaculada, la Reina que gobierna en nosotros como Madre amantísima.

En la medida en que le sometemos nuestro corazón y los movimientos de nuestro corazón, nos atenemos a sus decisiones y nos entregamos a su voluntad, ella se convierte en la Reina de nuestros corazones.

Además, nuestra vida interior es a menudo un enigma incluso para nosotros. La ignorancia, el engaño y las distracciones nos impiden reconocer con claridad la verdad de nuestro estado interior. Esto provoca incertidumbre, duda, malestar, desazón interior y muchas tormentas, que a menudo nos hacen perder el sentido de la orientación y más a menudo nos paralizan en el camino hacia Dios.

El reinado de María en nosotros nos da esa seguridad que tiene un soldado cuando se deja guiar por un oficial experimentado y de confianza. O mejor: la seguridad de un niño que se confía enteramente a los cuidados de su madre.

El reinado de María es un reinado de amor. Dios le ha dado poder sobre todas las criaturas; es su señora sin restricciones, “terrible como un ejército en orden de batalla”.

Todo lo que le pide a Él le es concedido. Es “la intercesora omnipotente”. Pero esta omnipotencia está total y completamente al servicio de su amor: el amor a Dios y a sus hijos. En este reino no hay nada que no derive de este amor y que no conduzca a este amor.

“En ella no vemos nada imperioso, nada que nos doblegue al polvo. Jesucristo, el Dios-Rey, debe ser adorado; ante Él debemos caer postrados en profunda humillación; Él tiene derecho a exigir esto de sus criaturas y debe hacerlo.

“En cambio, ante María nos ponemos de pie y nos arrodillamos con profunda reverencia, pues sabemos que ha sido colocada por Dios a nuestro nivel humano para prestarnos servicios maternales. Ella supera la gran distancia que la separa de nosotros con su inmensa bondad y su amable condescendencia.

“Utiliza su poder real ordenando las fuerzas de la naturaleza para que le sirvan, como cuando responde a las oraciones, o pide a los ángeles del mundo espiritual que vengan en nuestro auxilio. Su omnipotencia intercesora se expresa en la mediación de la gracia. Su aspecto totalmente real, majestuoso y esplendoroso, sirve para captar lo más profundo de nuestras almas y elevarlas hacia el ideal”. (P. Straeter)

El mejor reconocimiento de la realeza de María es la imitación de su propio “ser esclava del Señor”, la repetición desde la mañana hasta la noche de su fiat en todas las vicisitudes de nuestra vida.

La oración del Ángelus se puede entender en este sentido, como una triple renovación diaria de nuestra consagración a María, de nuestra entrega a su voluntad, una declaración de fidelidad y sumisión a su reinado.

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