Cuando, el día de la Anunciación, el Espíritu Santo te cubrió con Su sombra, para formar en ti el Corazón del Hijo eterno del Padre, no huiste, sino que diste tu consentimiento con gozo y presteza. No rehuiste la Cruz, oh Immaculata, que sabías estaba reservada para tu Niño.
Y ahora, mientras tu Hijo comienza a subir por el camino del Calvario, ¿qué harás, Santa Madre?
“Lo seguiré. Seguiré Sus pasos, Sus huellas sangrientas. Ante el sufrimiento, el hombre huye espontáneamente, se retira sintiéndose desamparado e infeliz… y cuanto más Lo veía huir, más me acercaba a Jesús, para llegar sola y permanecer al pie de la Cruz”.
¿Qué hacías, dulce Madre?
“Escuchaba entonces, en el silencio absoluto de mi alma, el Corazón suspendido de mi Hijo, atravesado por mil heridas, que en convulsiones erráticas buscaba el aire que Él había creado. Después de tres horas de agonía voluntaria, mientras que Él es el amor en sustancia, en poder y en hechos, este Sagrado Corazón dejó de latir. El Corazón físico de mi Hijo se detuvo. Su amor continuó creando y extendiéndose”.
¿Qué hacías, dulce Madre?
“Mira esto, querido hijo: este Corazón, aun después de su muerte física, no pudo dejar de buscarte, de alcanzarte para transformarte, para agrandar tu alma a través de la compunción y la humildad.
Su amor se extendió por los siglos de los siglos, de pueblo en pueblo, de nación en nación, recreando todo de una manera tan sublime y perfecta que uno casi olvidaría que Él fue el autor de la primera creación. Pero, he aquí que este Sagrado Corazón había dejado de latir. Su Corazón, el Centro de la Vida, la Fuente de toda Santidad, este Tesoro único, que el Espíritu Santo había formado en mi seno durante nueve meses, este Corazón, que fue formado por todas las gotas de mi propia sangre, voluntariamente había dejado de latir”.
¿Y qué hiciste, Madre de Dolores, cuando viste este Corazón sin vida?
“Le di el mío a cambio, para verlo latir de nuevo en la Sagrada Eucaristía. A diferencia de otras madres y en su nombre, me quedé para ayudarlo, así como me quedo junto a ti en la agonía actual de la Iglesia y del mundo.
Cuando los pecadores se acercan a la muerte espiritual, ofrezco mi Corazón como un refugio, para que puedan tener vida otra vez. Por la muerte espiritual de los justos, sustituyo mi Corazón, para que, muriendo con Jesús, puedan resucitar con Él en la luz.
Da mihi cor tuum! Dame tu corazón y toma el mío, para permanecer en mí hasta el final, de pie junto a mi Divino Hijo”.