Nuestra Señora se apareció a un indígena mexicano llamado Juan Diego en un cerro llamado Tepeyac.
Juan Diego estaba de camino a la iglesia de Tlaltelolco para ir a misa y a clases de catecismo. Mientras pasaba el cerro llamado Tepeyac, vio a una muchacha de singular hermosura “con gran resplandor y rodeada de los rayos dorados del sol”.
La joven le dijo:
“Querido hijito, te quiero mucho y quiero que sepas quién soy. Soy la siempre Virgen María, Madre del Dios verdadero, el que da la vida. Él es el Señor y Creador del cielo y de la tierra.
Deseo que se me erija aquí un templo para manifestarlo y darlo a conocer a través de mi amor, compasión, auxilio y protección. Soy vuestra piadosa Madre, tu Madre y la Madre de todos los que moran en esta tierra, de toda la humanidad, de los amadores míos que me invocan y confían en mí. Y allí oiré sus lamentos y sus penas, pues los llevo a todos en mi corazón, y remediaré todas sus miserias, penas y dolores. Corre a Tenochtitlán y cuéntale al Señor Obispo lo que has visto y oído.”
Pedidos: Kolbe Publications
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