Cana y el Calvario

Cana y el Calvario

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En las Bodas de Caná se ocultan muchos misterios.

El primer milagro de Jesús por la intercesión de María, la transformación del agua en vino como símbolo de la misión del Redentor que hace del hombre caído el “nuevo vaso” de la gracia, y como anuncio de la milagrosa conversión del vino en la sangre preciosísima de Cristo.

La forma en que Cristo hace este milagro es igualmente significativa. De hecho, solo la omnipotencia de Dios es la que decide cuándo llegará la gran hora de la obra de redención y cuándo el Redentor se revelará al mundo.

Hasta ese momento no había hecho ningún milagro y nunca había aparecido en público. Y ahora sucede algo inesperado: en vista de la miseria de la humanidad perdida, que no tiene más vino de la gracia, María le pide a su Hijo que no vacile más y que no espere más.

Para entender todas las implicaciones de este evento, debemos considerar la extraña reacción del Señor. Él, que durante 30 años la había llamado “madre”, la llama de repente: “mujer”.

Luego hace una pregunta, cuyo significado profundo aún hoy en día los más entendidos de las Escrituras discrepan: “¿Qué hay entre tú y yo?” Y finalmente el aparente rechazo: “Mi hora aún no ha llegado”.

Esta misma afirmación demuestra cómo Cristo valoriza el comienzo de su vida milagrosa: se trata nada menos que de la primera “señal” de su poder divino y su misión divina, la primera revelación de su gloria y el fundamento de la fe de sus discípulos (Juan 2:11).

Además, cuando Cristo habla de su “hora”, tiene presente toda su misión: la proclamación de la verdad, la salvación de las almas y la restauración de la gloria del Padre a través de su vida penosa, pero sobre todo por su sufrimiento y muerte en la Cruz. Por eso, en la víspera de su Pasión, dice: “Padre, ha llegado la hora” (Jn 17, 1).

Ahora podemos entender el alcance de la petición de María a su divino Hijo y el significado profundo de las bodas de Caná: así como antes dependió de su “fiat” que el Dios-hombre se hiciera hombre, ahora depende de ella que el Dios-hombre comience la larga “hora” de tres años de redención.

María nunca habría pedido este milagro sin la convicción que había llegado el momento de este comienzo y sin la certeza que debía tomar la iniciativa conforme a la voluntad de Dios.

Al hacerlo, ella está plenamente consciente de lo que está pidiendo: así como la vieja Eva instó a Adán al camino de la perdición, la nueva Eva, por así decirlo, instó al nuevo Adán al camino de la redención, al camino del Calvario: en Caná es el comienzo de las “señales”, en el Gólgota “todo se ha cumplido”.

En Caná, María está ante Jesús y le pide, en el Calvario, María está ante Jesús y lo ofrece. En Caná, Jesús la llama “mujer”, en Gólgota exclama: “Mujer, he aquí a tu hijo”. En Caná, Jesús da el vino, en Gólgota Jesús da su sangre.

En Caná, comenzó su “hora”, en el Calvario su “se cumplió su hora”. En Caná, Jesús santifica la boda de los hombres, en el Calvario se celebran las “bodas del Cordero”.

En los tres momentos supremos, la Encarnación, el primer milagro (el comienzo de la vida pública) y la Cruz, es siempre María, la nueva Eva, la que está al lado de su Hijo, el nuevo Adán, con quien está totalmente unida en la obra de la redención.

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