Queridos Caballeros de la Inmaculada:
Pertenecemos a la Inmaculada, queremos hacer su voluntad, hacer todo lo posible para que sus deseos puedan cumplirse. ¿Pero cuáles son los deseos más profundos de nuestra Madre celestial? Dar la mayor gloria posible a su Hijo (san Maximiliano Kolbe dijo: “ad maximam Dei gloriam: para la mayor gloria de Dios”), salvar del fuego del infierno al mayor número posible de almas y guiarlas al cielo (ver sus llamamientos urgentes en Lourdes, La Salette, Fátima, etc.).
Sin embargo, solo hay una forma de dar la máxima gloria a Dios, y es a través del sacrificio de Nuestro Señor en la Cruz, que se renueva cada día en el altar. Solo aquí, por Cristo, con Cristo y en Cristo, se da a la Santísima Trinidad todo honor y gloria. Del mismo modo, solo hay una manera de redimir almas y devolverles la vida divina, y no es otra que a través de la Sangre de Nuestro Señor, que fluye en las almas a través de los canales de los sacramentos, y las libera de la prisión del pecado original y de todas las inmundicias, las purifica y sana de su lepra espiritual y las llena de luz y de todos los tesoros divinos.
De acuerdo con la voluntad de Nuestro Señor Jesucristo, ¿quién es el único que puede realizar en la tierra la obra de la redención y continuar dando toda gloria a Dios vertiendo la Sangre de Cristo en las almas? El sacerdote. En consecuencia, lo que más preocupa al Inmaculado Corazón de la Virgen, tan ansioso por la salvación de sus pobres hijos perdidos, es el sacerdocio. El deseo más profundo de nuestra Reina es ofrendar a su Hijo nuevos continuadores de su obra de salvación, para que, a través de estos instrumentos, íntimamente unidos con su Hijo por el carácter sacerdotal, pueda arder en toda la tierra la llama de su Sagrado Corazón: el Camino, la Verdad y la Vida.
Sabemos bien que todo cristiano ya está llamado, por el sacramento de la Confirmación y el mandamiento del amor al prójimo, a ayudar a Nuestro Señor en la salvación de las almas y la extensión de su Reino en la tierra. Y también sabemos que esto solo puede hacerse si nos sometemos a Nuestra Señora como instrumentos en sus manos inmaculadas para que Ella, la Mediadora de todas las gracias, pueda derramar sobre las almas gracias de conversión y santificación. Y ya que generalmente solo puede dar sus gracias con la cooperación de sus instrumentos, no desea más que tener tantos como sea posible.
Sin embargo, san Maximiliano dijo que la diferencia entre un buen seglar católico y un sacerdote es la misma que entre el cielo y la tierra. Porque si de los laicos puede servirse Dios para transmitir sus gracias, especialmente las que preparan y disponen las almas para la Verdad y la Vida, solo el sacerdote puede dar y restaurar en ellas la gracia santificante, la Vida de Dios, la Luz eterna, el mismo Cristo.
¡Qué grande, entonces, debe de ser el deseo de la Santísima Virgen de que en todas partes estos dispensadores de gracias divinas, instrumentos de Cristo “por excelencia”, puedan multiplicarse! Porque es a través de ellos, sobre todo, que puede cumplir su misión de entregar a Jesús al mundo, santificar las almas y transformarlas en otros Cristos.
Sin ellos, aquellas almas por las que sacrificó a su Hijo y tanto oró y sufrió, sus hijos amados, se arriesgarían a separarse eternamente de su Madre y a condenarse para siempre.
Por eso quiere realizar su oficio de Mediadora de todas las gracias especialmente entre aquellas almas generosas a las cuales llama a una vida superior, dándoles luz y fuerza para superar las vacilaciones y obstáculos y preparándolas al sacerdocio, hasta el momento bendito en que Ella puede presentárselas a su Hijo, quien, a través de las manos del Obispo, realmente las convierte en otro Él mismo. Verdaderamente, “si la Virgen, Madre de Dios, ama a todas las almas con un amor ardiente, tiene predilección por los sacerdotes, que son la imagen viva de Jesucristo” (Pío XI).
El fin del Caballero de la Inmaculada es hacer todo lo posible para ayudarla a convertir y santificar las almas. Toda conversión y santificación pasa por el Santo Sacrificio de la Misa y los sacramentos, que solo el sacerdote puede dar. ¿Cuál será, pues, la ayuda más noble que nosotros, sus instrumentos, podamos brindar a nuestra Reina? – ¡Cooperar para despertar y conservar las vocaciones!
En Fátima, la Virgen explica por qué tantas almas van al infierno, a saber, porque no tienen a nadie que ore ni se sacrifique por ellas; porque no encuentra a nadie cuyas oraciones y sacrificios pueda tornar en gracias de conversión. De forma análoga, podemos preguntarnos: ¿Por qué hay tan pocos sacerdotes y religiosos, y aún menos sacerdotes y religiosos santos? – ¡Porque la Inmaculada no encuentra oraciones y sacrificios con los que pueda despertar y preservar las vocaciones!
Es por eso que san Maximiliano insistió repetidamente en que los Caballeros rezaran mucho por las vocaciones sacerdotales y religiosas, explicando que, a través de estas almas consagradas, la Santísima Virgen puede derramar innumerables gracias sobre todo el mundo.
Por lo tanto, hagamos nuestro el llamado urgente a nuestra Madre que el santo Grignion expresó tan maravillosamente en su “ardiente oración”, para rogar a la Santísima Trinidad que conceda a este mundo en peligro verdaderos y numerosos “apóstoles de Jesús y María”. ¡Creo que no se puede dar mayor gusto a la Inmaculada que haciendo todo lo posible por las vocaciones! Además, es voluntad expresa de nuestro Superior general, autoridad suprema de la M.I. de Observancia Tradicional, que todos los Caballeros se esfuercen en orar con fervor y constancia para obtener muchas y santas vocaciones sacerdotales y religiosas a través de la Inmaculada.
Para el año 2019, se propuso la resolución de vivir verdaderamente nuestra consagración a la Inmaculada para ser instrumentos más fervientes y constantes en su servicio. Hoy aprendemos que no podemos ser mejores instrumentos en sus manos que si la ayudamos a formar nuevos Cristos en la tierra: buenos y santos sacerdotes. Cada Caballero debería desatar una tormenta de oración y sacrificio para agradecer a su Reina tantas gracias recibidas: ¿y no recibimos todas estas gracias precisamente a través del sacerdote?
Por supuesto, no podemos obligarte a hacer todo esto, porque excede la oración diaria a la que te comprometiste; pero te ruego que escuches, a través de esta carta, a la misma Inmaculada que te invita (hablándonos por la voz de los superiores, como repetía con frecuencia san Maximiliano) a hacer grandes cosas por Ella, ¡incluso las más grandes!
Así que proponemos a todos los Caballeros que repitan a lo largo de este año al menos tres veces al día las invocaciones: “¡Señor, concédenos sacerdotes! ¡Señor, concédenos santos sacerdotes! ¡Señor, concédenos muchos sacerdotes! Señor, concédenos muchos religiosos santos” ¡VOCACIONES! ¡POR MARÍA!
A los Caballeros que desean hacer más por ella, les proponemos recitar una decena del rosario o incluso todo un rosario por estas intenciones, y esto durante todo el año. También podemos consagrar con mayor intensidad los meses de mayo y octubre a nuestra Reina, ofreciendo especialmente por esta intención las oraciones y sacrificios que haremos en su honor.
Y ya que estamos en Cuaresma, ¿por qué no agregar a las demás esta gran resolución, por la cual ciertamente el Doloroso e Inmaculado Corazón de María será profundamente conmovido y consolado? Así es como nos prepararemos más eficazmente a su triunfo y a la victoria eterna de Nuestro Señor.
Te deseo un santo y bendito tiempo de Cuaresma.
Y te bendigo con todo mi corazón.
P. Karl Stehlin.
Bajerze, 12 de marzo de 2019.