Carta No. 8 del Padre Director

Carta No. 8 del Padre Director

Hace exactamente 100 años San Maximiliano Kolbe, con el permiso de su superior, fundó la Militia Immaculatae.

Estimados Caballeros de la Inmaculada,

carta del padre director 1Hace exactamente 100 años San Maximiliano Kolbe, con el permiso de su superior, fundó la Militia Immaculatae. No hay mejor manera de recordar este acontecimiento memorable, que dejar al fundador hablar por si mismo:

“Ya ha pasado mucha agua bajo el puente: todo ocurrió hace 18 años más o menos, por lo que casi he olvidado ciertos detalles.

Sin embargo, puesto que el p. guardián (Kornel Czupryk) ordena que dé cuenta de los inicios de la MI, voy a describir lo que mi memoria me permita todavía recordar.

Recuerdo que hablábamos con mis hermanos clérigos sobre el estado miserable de nuestra Orden y su futuro. Y en esos momentos, la siguiente idea vino a mi mente: reconstruirla o romper todo. Sentí profunda tristeza por aquellos jóvenes que a menudo vienen a nosotros con la mejor intención y la mayor de las veces acaban perdiendo su ideal de santidad en el mismo convento. Sin embargo, no sabía muy bien qué hacer.

Permítanme retroceder aún más en el tiempo.

Aún recuerdo cómo, cuando era niño, había comprado una pequeña estatua de la Inmaculada por cinco kopeks. Y en el seminario menor, donde asistimos a Misa en el coro, con mi rostro en el suelo, le prometí a la Santísima Virgen María, cuya imagen en el altar pasaba desapercibida, que yo pelearía por ella. ¿Pero cómo? No lo sabía. Sin embargo, imaginaba luchas con armas materiales

Por eso, cuando llegó el momento de ingresar al noviciado, se lo confié al Padre Maestro, el RP Dionizy (Sowiak), de bendita memoria, esa dificultad mía para entrar en la vida religiosa. Él transformó mi decisión en un compromiso de recitar el “Sub tuum praesidium” todos los días. He continuado recitando esa oración hasta el día de hoy, aunque sé ahora qué tipo de batalla tenía la Inmaculada en mente.

Aunque era muy propenso al orgullo, me sentí fuertemente atraído por la Inmaculada. En mi pequeña celda, en mi reclinatorio, siempre conservaba la imagen de un santo al que la Inmaculada se le había aparecido. Y a menudo recurro a ella en oración. Al ver eso, un fraile me dijo que debia ser muy devoto de ese santo.

Cuando en Roma los francmasones comenzaron atrevidamente a salir a la luz haciendo alarde de sus pancartas bajo las ventanas del Vaticano, representando, en las banderas negras de los seguidores de Giordano Bruno a San Miguel Arcángel aplastado bajo los pies de Lucifer, y abiertamente arremetiendo contra el Santo Padre en panfletos, vino el pensamiento de la creación de una asociación comprometida con la lucha contra la masonería y otros agentes de Lucifer. Para asegurarme de que esa idea venía de la Inmaculada, busqué consejo en ese momento de mi  director espiritual, el Padre Alessandro Basile, un jesuita, confesor ordinario de los estudiantes en el Colegio. Y habiendo obtenido la seguridad de la santa obediencia, decidí ponerme a trabajar.

Mientras tanto, sin embargo, durante las vacaciones nos mudamos al convento “Vigna”, que está a unos 20-30 minutos a pie del Colegio. Durante un juego de fútbol, comencé a sangrar por la boca. Me aparté y me tendí en la hierba. El Hno. Girolamo Biasi, de bendita memoria, se ocupó de mí. Escupí sangre bastante tiempo. Poco después, fui al médico. Me regocijé al pensar que tal vez ya estaba llegando al final de mi vida. El doctor me ordenó regresar [al Colegio] en un autobús e ir a la cama. La medicación apenas podía detener el flujo de sangre, que seguía saliendo. Durante esos días, el joven y piadoso clérigo Hno. Girolamo Biasi, de bendita memoria, solía venir a verme.

Dos semanas después, el médico finalmente me permitió salir por primera vez. En compañía de otro clérigo, el Hno [Giovanni] Ossanna, llegué a “Vigna”, aunque con dificultad. Cuando los clérigos me vieron, vitorearon, se pusieron de buen humor y me trajeron higos frescos, vino y pan. Después de haber comido y bebido algo, cesaron mis dolores y por primera vez mencioné la idea de iniciar una asociación con el Hno. Girolamo Biasi y el Padre Iosif Pal, que había sido ordenado sacerdote antes que yo, aunque asistíamos al mismo año de teología. Sin embargo, acordamos que cada uno de ellos debería consultar primero a sus directores espirituales, para asegurarse de que de hecho esto era la voluntad de Dios.

Habiendo recuperado algo de mi fuerza, fui enviado a Viterbo, con el clérigo Hno. Antoni Glowiński, mi colega, por un período adicional de vacaciones. En esa ocasión, el Hno. Antoni Glowiński se unió al MI. Poco después, el Hno. Antonio Mansi, de bendita memoria, y el Hno. Enrico Granata, ambos clérigos de la provincia de Nápoles también se sumaron.

Nadie en el Colegio sabía de la existencia de esta asociación excepto aquellos que pertenecían al MI. Solo el rector el RP Stefano Ignudi, en su calidad de Superior era consciente de la existencia del MI. Por nuestra parte, no hicimos nada sin su permiso, porque eso era una señal de obediencia, a saber, la voluntad de la Inmaculada. Por lo tanto, con el consentimiento del Padre. Rector el 16 de octubre de 1717, tuvo lugar la primera reunión de los primeros siete miembros, a saber:

(1) El p. Iosif Pal, un joven sacerdote de la Provincia Rumana;
(2) Br. Antoni Głowiński, diácono de la Provincia Rumana († 18 de octubre de 1918);
(3) Br. Girolamo Biasi, de la Provincia de Padua († 1929);
(4) Br. Quirico Pignalberi, de la Provincia Romana;
(5) Br. Antonio Mansi, de la Provincia de Nápoles († 31 de octubre de 1918);
(6) fr. Enrico Granata, de la Provincia de Nápoles;
(7) yo mismo

La reunión tuvo lugar por la noche, en secreto, en una celda interna cerrada con llave que se construyó mediante una pared temporal. Frente a nosotros estaba una pequeña estatua de la Inmaculada entre dos velas encendidas. El Hno Girolamo Biasi actuó como secretario. El propósito de esta primera reunión fue la discusión del “Programa de MI” (el certificado MI), en especial porque que el padre Alessandro Basile, quien también era confesor del Papa [Benedicto XV], había prometido que pediría al Santo Padre una bendición para la MI. Sin embargo, el padre Basile no cumplió su promesa y obtuvimos nuestra primera bendición oral del Santo Padre a través de Mons. Dominique Jaquet, profesor de historia eclesiástica de nuestro Colegio.

Durante más de un año después de esa primera reunión, la MI no avanzó,  de hecho, todo tipo de contratiempos se acumularon hasta tal punto de que solo mencionarlo entre los miembros los ponía incómodos. Uno de ellos incluso intentó convencer a los demás de que la MI era algo inútil. Fue entonces, cuando con maravillosos signos de elección, la Inmaculada llamó a su lado al Padre Antoni Glowiński, y diez días después al Hno Antonio Mansi, ambos víctimas de la gripe española. En cuanto a mí, la condición de mis pulmones empeoró: cada vez que tosía, escupía sangre. Ahí fué cuando todo empezó a cambiar. Habiendo sido excusado de la escuela, aproveché la oportunidad de copiar el “Programa de MI” y se lo di al Reverendísimo Padre General (o más bien el Vicario General, RP. Domenico Tavani), para obtener su bendición por escrito. “Si hubiera al menos 12 de ustedes…”, dijo el Reverendísimo Padre General. Escribió su bendición y expresó su deseo (creo en esa misma ocasión) de que la MI se propague entre la juventud.

La cantidad de miembros comenzó a aumentar y ha aumentado más y más desde entonces. En ese primer período de vida de la Militia, nuestra actividad, además de la oración privada, consistía en repartir medallas de la Inmaculada, las llamadas “Medallas Milagrosas”. En una ocasión, el mismo Reverendísimo Padre General nos dio dinero para comprar algunas. RP. Maximiliano Kolbe

 

Sería casi una profanación comentar esta descripción tan simple, humilde y verdaderamente sobrenatural. Ojalá  aprendamos de estas preciosas líneas la generosidad y todas las virtudes del primer Caballero de la Inmaculada, y en particular:

1) La comprensión sobrenatural y el aprecio de todas las pruebas y sufrimientos unidos con los de Nuestro Señor y su Madre Dolorosa;

2) La convicción absoluta de que la eficacia de este ejército de Nuestra Señora depende enteramente de la sumisión perfecta a la voluntad de la Inmaculada expresada claramente a través de la obediencia sobrenatural hacia los superiores;

3) La humildad del fundador que se coloca en el último lugar profundamente convencido de su indignidad total;

4) La comprensión de que Nuestra Señora y solo Nuestra Señora puede salvar el ideal de santidad en la Iglesia y preservarnos de ser indiferentes y tibios; ella también es nuestra única y última esperanza cuando enfrentamos a los peores enemigos de la Iglesia y Nuestro Señor, los Francmasones y su inmenso poder mundial;

5) La experiencia de que todo lo que es grande y agradable a los ojos de Nuestro Señor debe nacer y crecer en medio de pruebas, contradicciones y aparentes derrotas;

6) La importancia de nuestros “amigos en el cielo”, la Iglesia triunfante: cuanto más les pedimos ayuda y atribuimos a su intercesión a nuestros éxitos, mayores serán las bendiciones.

Recordemos también que en este aniversario de la fundación de la MI, cada Caballero puede obtener indulgencia plenaria, otra señal de las bendiciones del Cielo.
Comencemos este segundo siglo de la Milicia Inmaculada con el firme deseo de seguir los pasos del Santo Fundador, amar a la Inmaculada buscando eficazmente siempre y en todas partes complacer sus deseos y cumplir Su Voluntad.

 

Con mi bendición sacerdotal,
Manila, 16 de octubre de 2017
P. Karl Stehlin

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