¿Qué sabía la humanidad acerca de Cristo antes de que Dios enviara el Ángel Gabriel a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la tribu de David?
Pero María entró en la plenitud del Misterio de Cristo en el mismo momento en que Él entró en el mundo. Porque, así como el amanecer es una luz perfecta, pero vista imperfectamente por la gente en un bosque, así el conocimiento que María tenía de Cristo era perfecto, aunque apenas visto por el resto de los hombres. Esto se nos revela claramente en la Anunciación. El Ángel Gabriel saluda a María llamándola “llena de gracia”, queriendo decir con esto que Ella es destacada de todos los demás. Su discurso está lleno de solemnidad, de modo que, al darse cuenta de la importancia del momento, María se maravilla ante el saludo, reflexionando sobre algo que está fuera del alcance de los hombres mortales.
Procediendo así en las 3 etapas descritas en Lucas 1:28 ss, el Ángel llama a María por su nombre para calmar su mente y dirigirla al nacimiento de un niño, que sería hijo de David y Rey de un Reino eterno. Muestra así que Dios ha elegido a María para ser la Madre del Mesías, la Esperanza de Abraham y el cumplimiento de las promesas hechas a David. Entendiendo ahora el significado de “llena de gracia”, María se pregunta “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”
Para responder, el Ángel Gabriel hace el primer anuncio formal del Misterio de la Santísima Trinidad: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, y el Santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios.” Al escuchar esto, el alma de María reconoce las gracias de toda Su vida, porque el Dios que siempre la guió se ha declarado a Sí mismo a Ella y no puede haber duda de lo que todo esto significa. “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. El Ángel la dejó, y Dios se convirtió en su hijo.
En este momento, María sabe quién es Cristo: “Tú eres Cristo, mi Hijo, el descendiente de Abraham, el Hijo de David, el Hijo del Hombre. Y sin embargo eres el Hijo vivo y verdadero de Dios venido entre los hombres”. Aunque María no puede verlo, ni siquiera sentirlo en su vientre, Ella lo conoce en la plenitud de su Divinidad y en la verdad de su Humanidad.
De manera similar, nos movemos al conocimiento perfecto de Cristo en el Ave María. Rezando “Llena de gracia” vemos el plan de Dios; “Bendita tú entre las mujeres” vemos la Inmaculada Concepción; “El fruto de tu vientre, Jesús” vemos la descendencia de Abraham, hijo de David, Mesías, el Redentor. Al decir “Madre de Dios”, vemos la Divinidad; “ruega por nosotros, pecadores” queremos decir “que se haga para mí según tu voluntad” y así entrar libremente en este santo misterio trayendo la gracia del Redentor al mundo que nos rodea. Digamos esta oración, no solamente como niños que se hacen eco de palabras desconocidas, sino como aquellos que han entrado plenamente en el Misterio de Cristo. ¡Ave María!