“Y Yo, una vez levantado de la tierra, lo atraeré todo hacia Mí”.
La primera en ser atraída, absorbida, entregada, crucificada con Él es Aquella que está de pie a sus pies, la Inmaculada: stabat Mater. No puede sentarse porque es atraída hacia su divino Hijo como el imán atrae el metal precioso, el verdadero metal. No puede descansar porque está constantemente absorbida, permanece en este Imán divino. Ella ha hecho su morada en el Horno ardiente de Caridad que es el Sagrado Corazón de Jesús.
Más aun: en ese momento, Su Inmaculado Corazón se volvió, a su vez, imán: “Es el imán por el cual atraigo hacia Mí a todas las almas”, dijo Jesús a Sor Lucía de Fátima.
Pero, ¿y nosotros? Si sus Corazones son imanes tan poderosos que pueden mantenernos firmes en la Fe, resistir la desesperación de este mundo e inundarnos con los ardientes tesoros de su Caridad, ¿por qué damos tan poco fruto?
Lo que el imán no puede atraer para unírsele son materiales distintos a él: plástico, aleaciones adulteradas, metales falsificados, ¡lo falso! Es necesario, pues, que el imán encuentre otro imán para unírsele; es necesario que la Inmaculada, este Corazón de Oro, encuentre otros corazones de oro para unirlos poderosamente al imán que es el Sagrado Corazón.
Pero, ¿y nosotros? Ya que damos tan poco fruto, ¿nos habremos convertido en corazones falsificados? ¿Corazones de plástico cubiertos con pedrería de imitación, lentejuelas de plástico o cuentas? ¡Libradnos, oh Corazón Inmaculado de María, de nuestros falsificados corazones!
Libradnos de nuestra superficialidad cuando estemos en la prueba. Esta superficialidad que nos hace perder los frutos de la CRUZ por quejas desconsideradas; esta superficialidad que nos impide ver que la atracción suscitada por vuestro Corazón amantísimo engendra en la tierra un sufrimiento salvador y purificador; esta superficialidad, finalmente, que nos hace sentarnos con saciedad y complacencia cuando hacemos una pequeña buena acción, alejándonos del polo magnético que es el Corazón de Oro de la Inmaculada.
¡Dulce Corazón de María, sed la salvación mía!
¡Santa fiesta para todos!
In Corde Mariæ.
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