Todo lo que alguien hace, lo hace por un fin.
San Laurencio de Brindisi escribe: “Para su gloria -la de Cristo- Dios llamó a la existencia el universo. (…) Dios, cuando comenzó a trazar los planos de su fortaleza real en este mundo, señaló a Cristo como el fundamento seguro, fuerte y firme del edificio, garantizando su renovación siempre que sufriera daños en la tormenta de los tiempos.
Y porque el arquitecto del mundo ha puesto el edificio de su mundo con su ser, con su gracia y su gloria, sobre Cristo, sólo puede amar todas las cosas por Cristo. Toda la creación, la Iglesia y el Paraíso, la naturaleza y la sobrenaturaleza, es el banquete real que el Dios regio celebra en honor al amor por su Hijo regio.”
Si Cristo como hombre, Hijo de María, es el fin para el cual fue creado el mundo, en Él y dependiendo de Él, también María es el fin. El gran exegeta Cornelio a Lápide comenta las dos frases del Libro de la Sabiduría: “Hice subir a los cielos una luz inextinguible” (Ecl 24:6).
“Hice correr los ríos (Ecl 24:40): se lee en sentido literal: Yo fui la causa de que Dios creara la luz, los cielos, el mar, los ríos y todo el universo. Pues la creación de Dios fue ordenada como su fin para la justificación y glorificación de los santos, obra que Cristo realizó por medio de la Santísima Virgen. Porque el orden de la naturaleza fue creado y establecido para el orden de la gracia.
“Puesto que la Santísima Virgen es la Madre de Cristo, y en consecuencia se convirtió en la medianera de todo el orden de gracia establecido por Cristo, entonces, por la misma razón, se convirtió en la causa final de la creación del universo.
“Porque el propósito del universo es Cristo, su Madre y los santos. Es decir, este universo fue creado para que los santos pudieran gozar de la gracia y la gloria eterna por la mediación de Cristo y la Santísima Virgen. Aunque Cristo y María son partes del universo y, en consecuencia, son posteriores al universo en cuanto a la causa material, son sin embargo, anteriores al universo según la causa final.
“Por ello existe una cierta interdependencia entre la creación del universo y la venida de Cristo y de la Santísima Virgen: Dios no quiso el nacimiento de Cristo y de María más que en este mundo. Tampoco quería la existencia de este mundo sin Cristo y María, que había creado por ellos. Quiso que todo el universo y el orden de la gracia se refirieran a Cristo y a la Santísima Virgen y se ordenaran hacia ellos como su complemento y fin.
“En consecuencia, Cristo y la Santísima Virgen son la causa de la creación del universo, y al mismo tiempo son su causa formal, es decir, su arquetipo, su idea original. Pues el orden de las gracias, en el que Cristo y María ocupan el primer lugar, es la idea y el arquetipo según el cual Dios creó y ordenó el orden de la naturaleza y de todo el universo.”
Así nos asombra descubrir que Dios tiene consigo a la Santísima Virgen desde el principio de su actividad exterior. Ella es la primera criatura, elegida antes de la fundación del mundo, para ser en y con Cristo el arquetipo, el plan original, el modelo y causa última de todo lo existente.
Lleno de este misterio, el padre Kolbe exclama: “Permíteme alabarte, oh Virgen Santísima. (…) Sólo en ti se adora a Dios incomparablemente más que en todos sus santos. Para ti, Dios creó el mundo. Para ti, Dios también me llamó a la existencia. ¿De dónde viene esa felicidad? Oh, déjame alabarte, Virgen Santísima.”