Por la confirmación, recibimos la plenitud de los dones del Espíritu Santo, y Él mismo llenará nuestras almas e iluminará en ellas el fuego de su Amor, haciéndonos partícipes del Amor del cual Dios se ama el mismo, en el misterio de la Santísima Trinidad. Según San Grignion de Montfort (Tratado de verdadera devoción a María, n° 20) el Espíritu Santo se hace fecundo en la Virgen María, produce sus obras maestras sólo en Ella y a través de Ella (la santa humanidad de Nuestro Señor, la santificación de las almas). El día de Pentecostés, Ella está entre los Apóstoles, y según una tradición antigua, los dones del Espíritu Santo les son dados a través de Ella. Nuestro Pentecostés es la recepción del sacramento de la confirmación y los dones del Espíritu Santo (como todas las otras gracias) sólo se dan a través de Ella.
La razón profunda de esta acción del Espíritu Santo en María y a través de María está en su misma relación con Ella. Los Padres de la Iglesia la llaman sacrarium Spiritus Sancti; desde la Edad Media ha sido comúnmente invocada como Esposa del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el don del Padre y del Hijo. Santo Tomás explica que Dios quiere darse a sí mismo tanto como pueda a una criatura. Este don es el Espíritu Santo mismo. Por tanto, después del pecado original, el obstáculo yace en el vaso que está más o menos obstruido por los pecados actuales y las heridas del pecado original. Solamente una vez el donum Dei altissimi fue recibido en su totalidad, sin enfrentarse al más mínimo obstáculo ni a la más mínima vacilación. El recipiente es todo puro, inmaculado, en otras palabras, el Espíritu Santo puede fundirse sobre el alma de la Inmaculada transformándola enteramente de tal manera que Ella se entregue enteramente a su voluntad, a sus inspiraciones. Por lo tanto, todos sus pensamientos, palabras y acciones son de alguna manera más, los pensamientos, palabras y acciones del Espíritu Santo, que los suyos propios. Nunca pensará otra cosa que no sea lo que el Espíritu Santo le hace pensar, sólo hablará las palabras de Dios. Es en cierto modo la presencia visible del Espíritu Santo en el mundo, su santuario, su sagrario, su Esposa.
La grandeza de la Inmaculada consiste en el hecho de que la persona humana María, hija de Santa Ana y de Santo Joaquín, está desde su inmaculada concepción tan íntimamente ligada al Espíritu Santo, que es más la presencia del Espíritu Santo en el mundo que ella misma.
En conclusión: donde está María, está el Espíritu Santo. Sobre la tierra, el Espíritu Santo está donde está María. Por eso, en la medida en que estemos consagrados a la Inmaculada, el Espíritu Santo nos invadirá con sus dones y hará florecer el carácter indeleble de la confirmación.
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