El milagro del sol: la rúbrica de Dios para el mensaje de Fátima

El milagro del sol: la rúbrica de Dios para el mensaje de Fátima

fatima cud slonca“En aquellos días, las estrellas caerán del cielo, y las virtudes del cielo temblarán” (Mat. 24,29).

En este mes de octubre se cumplen ciento dos años de la certificación celestial de las apariciones de Fátima. Los tres pastorcitos varias veces habían pedido a Ntra. Señora una prueba que ratificara la verdad de sus apariciones y su mensaje… La Virgen en tres ocasiones anunció un milagro con fecha y hora.

En la primera aparición (13/mayo/1917), les había invitado a encontrarse con Ella “aquí – en “Cova da Iria” – seis veces seguidas a esta misma hora…”; y luego les hará la promesa de la ratificación del cielo por su intermedio: “en octubre haré un gran milagro para que todo el mundo pueda creeros…”, “Sí, el último mes haré un gran milagro para que todos crean. Si no os hubieran llevado a la ciudad, el milagro habría sido más grandioso…”, “Sí, en octubre haré un milagro para que todos crean…”

Y lo cumplió puntualmente el mediodía del 13 de octubre de 1917. Como en las anteriores apariciones, ahora en medio de una intensa lluvia, Nuestra Señora baja una vez más desde el cielo a la Cova da Iría, dando a conocer su nombre “soy la Virgen del Rosario”, y luego de otras advertencias, retorna el punto central de su Mensaje: “es preciso que los hombres se enmienden, que pidan perdón de sus pecados, que no ofendan más a Nuestro Señor, que es ya demasiado ofendido”. Fueron sus últimas palabras, y al despedirse de los niños, separó las manos que se reflejaron en el sol, como si quisiese que todas las miradas se volviesen hacia la dirección del astro del día que súbitamente se había hecho visible.

En ese momento, Lucia gritó: «¡Mirad el sol!». Entonces la multitud contempló un espectáculo único, ja­más visto… La lluvia cesó instantáneamente y las nubes, negras desde la mañana, se disiparon. El sol apareció como un disco de plata que se podía mirar sin deslumbrarse. A su alrededor se ve una brillante corona. De pronto, comienza a sacudirse con bruscos movimientos, y, fi­nalmente, da vueltas sobre sí como una rueda de fuego, proyectando en todas direcciones haces de luz cuyo color cambia muchas veces. El firmamento, la tierra, los árboles, las rocas, los videntes y la inmensa multitud aparecen sucesivamente como teñidos de amarillo, verde, rojo, azul, mo­rado… ¡Y esto durante dos o tres minutos! Luego, se detiene unos instantes y vuelve a emprender su danza de luz de una manera aún más resplandeciente. Se detiene de nuevo para volver a comenzar una tercera vez, más variado, más colorido, más brillante aun.

En un mismo instante, toda esta multitud, todos, sin excepción, tienen la sensación de que el sol se desprende del firmamento y a pequeños saltos, a derecha y a izquierda, parece precipitarse sobre ellos, irradiando un color cada vez más intenso.

Un clamor formidable surge a la vez de todos los pechos, o más bien diversas exclamaciones, que indican las varias disposiciones de las almas; «¡Milagro! ¡Milagro!», gritan unos… «¡Creo en Dios!», proclaman otros… «¡Dios te salve, María!», exclaman éstos… «¡Dios mío, misericordia!», imploran los demás… Toda esta ingente multitud – se calcularon setenta mil personas – está ahora arrodillada en el barro y reza el acto de contrición.

Entonces el sol, deteniéndose súbitamente en su vertiginosa caída, re­monta otra vez, zigzagueando, tal como había bajado, y poco a poco vuelve a tomar su normal esplendor en medio de un cielo ya límpido. Todo quedó limpio y seco.

El portento duró sólo diez minutos, y fue obser­vado por todos los presentes sin excepción: creyentes, incré­dulos, campesinos, ciudadanos, hombres de ciencia, periodistas e incluso librepensadores.

Todos, sin preparación alguna, sin otra sugestión que la indicación de una niña que les invitaba a mirar al sol, vieron los mismos fenómenos, con las mismas fases, en el día y a la hora anunciados con antelación.

Enseña la Teología que el milagro es “una intervención extraordinaria de Dios en el mundo visible fuera del orden de toda naturaleza creada”, y en la Sagrada Escritura es llamado “el dedo de Dios” (Ex. VIII, 9; Lc. XI, 20), “la mano de Dios” (Reyes I y V). Sólo a Dios pertenece este poder, pero en ocasiones lo utiliza por medio de otros – su Madre – para ratificar un mensaje, una verdad que quiere hacer conocer a los hombres…

No fue sugestión o alucinación colectiva, y el hecho fue visto a 900 km a la redonda si ser registrado por observatorio astronómico alguno.

Este milagro inaudito hasta entonces, fue el aval divino a las apariciones de la Madre de Dios, a la veracidad de su testimonio y mensaje, y ratificó la excepcional importancia que el mismo tiene para los últimos tiempos…

A un siglo de distancia su mensaje sigue sacudiendo nuestra conciencia, y nos dice que está más vigente que nunca. ¡La Virgen sigue esperando nuestra conversión y crecimiento en la devoción a su Inmaculado Corazón, camino de santidad y pasaporte para la eternidad bienaventurada!

OCTUBRE 19, 2019
ORIGEN: FSSPX.NEWS
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