La Iglesia venera a la Madre de Dios bajo el título de Reina del Santísimo Rosario de manera muy especial, dedicándole una fiesta litúrgica particular.
Esta fiesta es el más bello testimonio oficial del poder y la importancia de esta oración. Los textos litúrgicos del día, especialmente los himnos del Oficio Divino, celebran los diferentes misterios del Rosario. En el Matinal leemos: “Como en un día de primavera, las rosas la rodeaban y también los lirios de los valles”, una clara alusión a esas coronas de rosas místicas que los hijos de María ponen a sus pies mientras rezan el Rosario.
La Iglesia también llama nuestra atención con las lecciones de la misa tomadas del Libro de la Sabiduría: “Y ahora, hijos míos, escuchadme: Bienaventurados los que guardan mis caminos. Escuchen mis instrucciones y sean sabios, y no las rechacen. Bienaventurado el hombre que me escucha y vela a diario a mi puerta, que se mantiene en la puerta de mi casa. El que me encuentra, encontrará la vida y la salvación en el Señor.”
Así, esta fiesta nos da un mensaje importante, a saber: rezar el Rosario con fervor es venerar a Jesús y a María, porque esta devoción es un reflejo de la vida de la Madre de Dios y de su Hijo amado. De hecho, en el Saludo del Angel pronunciamos los dos santos nombres de Jesús y María. Por eso la Iglesia elogia la práctica de la devoción al Rosario y la recomienda tan fervientemente a los fieles: “Oh Dios” -dice la Colecta de la Misa-, “al meditar estos misterios del Santo Rosario de la Santísima Virgen María, imitemos lo que contienen y obtengamos lo que prometen.”
El Rosario es también un medio de imitación. Sólo se puede imitar lo que se conoce. Si un artista quiere pintar o esculpir algo, tiene que tener un plan, una idea, un motivo que quiera expresar en su trabajo. Nosotros también. Si queremos imitar a Jesús y María, debemos conocer sus vidas. Y el Rosario es el medio más perfecto para lograrlo. Porque si prestamos toda nuestra atención a esta devoción, eso nos permitirá mirar los acontecimientos más importantes de la vida terrenal del Salvador y de su Madre, de su gloriosa vida en el cielo, y obtener frutos de ella.
Cada decena del Rosario sumerge el alma en uno de los misterios de Dios, lo que necesariamente dejará huellas en nuestros corazones. Así, el Rosario nos transforma a través de cada uno de sus misterios: por un lado refuerza el estado de gracia santificante en nuestras almas, y por otro, despierta en nosotros el arrepentimiento por los pecados y el deseo de corregirlos. En otras palabras, nos hace similares a Jesús y María.
Bien recitado, el Rosario es una verdadera escuela de espiritualidad cristiana, que se puede describir como una devoción mariana cristocéntrica. Los misterios dan testimonio que en la vida de la Madre de Dios, todo se torna, se narra, se resume en su amado Hijo. Sus alegrías y gozos sólo provienen de lo que agrada a Nuestro Señor; sus penas se confunden, por así decirlo, con las penas del Dios encarnado que, hecho hombre, asumió el sufrimiento para expiar los pecados de la humanidad.
El único sufrimiento de María es la Pasión de Jesús: verlo traicionado, azotado, coronado de espinas, crucificado por nuestros pecados. La única alegría de María es Jesús: ser su Madre, acunarlo en sus brazos, mostrarlo al mundo para que sea alabado, meditar la gloria de su Resurrección, unirse a El en el Cielo. El Rosario nos ayuda a penetrar en la inefable humildad de la Encarnación, en el horror de la Pasión y en la grandeza de la gloria del Salvador.