La imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro había sido venerada por largo tiempo en la isla de Creta. Un comerciante adquirió el ícono de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de la isla de Creta y la embarcó hacia Roma al final del siglo XVI. Durante el viaje, se levantó una gran tormenta, amenazando las vidas de los que iban a bordo. Los pasajeros y la tripulación rezaron a Nuestra Madre Bendita, y se salvaron.
El 27 de marzo de 1499, el retrato de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fue llevada en triunfo por las calles de Roma. La imagen fue alojada en la Iglesia de San Mateo, y llegó a ser conocida como “La Madonna de San Mateo”. Numerosos peregrinos acudieron a la iglesia por los siguientes trescientos años, y grandes gracias fueron concedidas a los fieles.
Durante los disturbios de la Revolución (1789-1793), las tropas francesas que ocupaban Roma destruyeron la iglesia de San Mateo. Uno de los frailes había sacado a la milagrosa Madonna en secreto. Y él mismo la escondió muy bien por sesenta años, que nadie supo qué le había pasado a la famosa pintura. En 1865, Pío IX dio órdenes para llevar la imagen a la colina del Esquilino, en la iglesia de San Alfonso María de Ligorio, construida en el lugar de la antigua iglesia de San Mateo. El 26 de abril de 1866, en su Iglesia de San Alfonso, los Redentoristas entronizaron solemnemente a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Desde ese tiempo, la devoción a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro ha tenido un desarrollo extraordinario.
El ícono describe a Nuestra Bendita Madre María, bajo el título “Madre de Dios”, sosteniendo al Niño Jesús. El Niño Jesús contempla la visión de Su futura Pasión. La angustia que Él siente se refleja en la pérdida de una de Sus sandalias. Sin embargo, el ícono también expresa el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte, simbolizado por fondo dorado (un símbolo de la Gloria de la resurrección), y por la manera en la que los ángeles sostienen los instrumentos de la Pasión al modo de los trofeos conseguidos en el Calvario en la mañana de Pascua. De una manera muy Hermosa, el Niño Jesús sujeta la mano de la Bendita Madre. Él busca consuelo en Su Madre, mientras mira los instrumentos de Su Pasión. En iconografía, María es representada aquí como la Hodighitria, aquella que nos guía al Redentor. Ella es también nuestro Socorro, quien intercede por nosotros ante su Hijo. La estrella pintada en el velo de María, centrada en su cabeza, resalta su rol en el plan de salvación, tanto como Madre de Dios, como Madre Nuestra.
La expresión en el rostro de María es de una madre que conoce el dolor, y también extiende su ayuda con serenidad y ternura, y nos invita a obedecer la voluntad de Dios, incluso cuando la encontramos en el sufrimiento y la cruz, y a ofrecer nuestras vidas en Su servicio y en el de nuestro prójimo, como Él lo hizo hasta la muerte.
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