La Inmaculada
«Ella te aplastará la cabeza» (Gen 3,15)
«Tú sola has vencido las herejías del mundo entero» (Breviario romano)
Es recurrente escuchar de labios de los santos la llamativa pregunta: “¿Quién eres, oh Inmaculada?” El nombre de Inmaculada empieza a difundirse después de la proclamación del dogma de la inmaculada concepción de María (1854) y de la aparición de la Virgen en Lourdes (1858), en donde María se presenta a Santa Bernardita con las palabras “yo soy la Inmaculada concepción”. San Maximiliano emplea siempre este título para con la Virgen María. El ser humano se queda mudo ante las innumerables maravillas y misterios que de este título proceden. La Inmaculada es la obra maestra de Dios, única en su perfección y poder. La Iglesia alaba ihre Vorzüge y quiere que la honremos más que a todos los ángeles y santos (hiperdulía).
Su papel es singular en la economía de la salvación. Por medio de su maternidad divina toma el lugar de nueva Eva y de corredentora; dispensa los frutos de la Redención a todos sus hijos como Mediadora de Todas las Gracias; nos es dada por Dios como medio poderoso, por el cual todo ser humano se convierte, y como camino, el cual nos lleva a Cristo. Gracias a Ella recibimos todas las gracias personales.
Ella es asimismo la gran señal del cielo, cuyo ejército cristiano contra Satanás lidera. Es la victoriosa en todas las batallas. Al final de los tiempos vendrá a ser, en particular, el último medio de salvación, que Dios dará al mundo, lo cual ya había sido anunciado en el Apocalipsis: “Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Ap 12,1). “Por María llegó la salvación del mundo, y por María debe consumarse” (San Luis María Grignion de Monfort).
De ella se trata, evidentemente, lo cual se ve ya sea en forma directa por sus apariciones, o indirecta por los medios escogidos por Ella, y su increíble poder será manifiesto en el momento de la temible acometida del enemigo de las almas. Su corazón es el último refugio de los perseguidos y apremiados hijos de Dios, que desean sufrirlo todo fielmente bajo la cruz del Señor. Bajo su estandarte se ponen sus hijos, sus caballeros, formando un pequeño ejército, gracias al cual se podrá soportar la gran prueba y al final, frente a su ostensible superioridad, vencer. Así lo predijo María en Fátima: “¡Al fin mi Corazón inmaculado triunfará!”
De esta manera queremos dirigir nuestra mirada a la Inmaculada en todos los apuros de la vida y del mundo actual, con una confianza absoluta, siguiendo el ejemplo de San Maximiliano, de San Luis y de todos los santos, según las palabras de San Bernardo de Claraval:
¡Oh tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y de las tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta Estrella, invoca a María!
“Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, llama a María.
“Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, llama a María.
“Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María.
“Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza, en los abismos de la desesperación, piensa en María.
“En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud.
“No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiende su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara.