La tradición distingue en Nuestra Señora la virginidad antes del nacimiento, durante el nacimiento y después del nacimiento de Cristo (ante partum, in partu y post partum). La cuestión presente se relaciona con el segundo aspecto: la virginidad in partu. ¿El nacimiento de Jesús dejó intacta la carne de la Virgen? En otras palabras, ¿la Madre de Dios dio a luz a su Hijo sin romper el sello virginal?
San Bernardo lo expresa con una bella imagen: “El nombre de María designa a la estrella del mar: en efecto, es con gran precisión que se la compara con una estrella, porque al igual que la estrella emite el rayo de su seno sin experimentar ninguna alteración, así la Virgen dio a luz un hijo sin dañar su virginidad”. Segunda homilía sobre el Evangelio de la Anunciación.
La liturgia lo menciona en el prefacio de la Santísima Virgen: “Porque ella concibió a tu único Hijo por obra del Espíritu Santo, y, sin perder la gloria de su virginidad, derramó sobre el mundo la luz eterna, Jesucristo Nuestro Señor”.
El Papa San León, lo enseña en su Tomo a Flaviano: “Fue concebido del Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre, que lo dio a luz permaneciendo intacta su virginidad, tal como con intacta virginidad lo concibió”, DzS 291.
El mismo Papa concreta este pensamiento en su Carta a Julien de Cos: “El nacimiento de Nuestro Señor según la carne tiene ciertos rasgos que le son propios, y por los cuales trasciende los inicios de la condición humana: bien porque solo Él fue concebido y nacido sin concupiscencia (por el Espíritu Santo) de la Virgen inviolada; o porque salió del vientre de su madre de tal manera que, al mismo tiempo, la fecundidad dio a luz y la virginidad permaneció intacta (…)”, DzS 299.
Por tanto, es de fe que la Madre de Dios es virgen in partu.
Existe una gran idoneidad en esta virginidad in partu
Santo Tomás expone esta idoneidad en su Suma Teológica (III, 28, 2):
– Una primera razón toma en cuenta la naturaleza de Aquel que nació, el Verbo (el pensamiento) de Dios. Nuestro pensamiento es concebido sin corromper nuestra inteligencia. Para probar que el cuerpo de Cristo era el cuerpo del Verbo de Dios, era necesario, por tanto, que naciera del seno inviolado de la Virgen.
Santo Tomás cita aquí el sermón del Concilio de Éfeso: “La mujer que engendra una carne pura, deja de ser virgen. Pero el Verbo de Dios, nacido en una carne, preservó la virginidad de su Madre, demostrando mediante esto que era verdaderamente el Verbo. ¿Nuestro verbo corrompe nuestro espíritu que lo produce? De la misma manera, Dios, Verbo sustancial, no destruyó la virginidad de su Madre, de quien había resuelto nacer”.
– Era conveniente que Aquel que vino a eliminar la corrupción de nuestro corazón naciera sin corrupción del cuerpo materno.
– El Verbo es el legislador que ordenó honrar a nuestros padres; no era apropiado que menoscabara el honor de su madre.
Los Padres de la Iglesia comparan este milagro con el de la Resurrección y con las apariciones en el Cenáculo. El vientre de María se compara con la puerta oriental del templo de Ezequiel, sellada de una vez y para siempre porque Yahvé pasó a través de ella. Y con la piedra del sepulcro de donde salió el Salvador resucitado.
Por eso el nacimiento de Cristo tiene lugar en medio de la alegría, sin ninguno de los dolores que suelen acompañar al parto de las mujeres, desde la sentencia que Dios pronunció en el Jardín del Edén, sentencia que no toca a María. ¡Regocijémonos con ella en el pesebre de la Natividad!
FSSPX