Las consideraciones precedentes han demostrado que la Madre de Dios no solo fue virgen antes, durante y después del nacimiento de su Hijo Jesucristo, sino que hizo voto de virginidad bajo la inspiración del Espíritu divino. Bajo estas condiciones, es por lo tanto natural preguntarse si era necesario que estuviera casada.
En consideración a la Encarnación del Hijo de Dios
El Verbo asumió la naturaleza humana en todo lo que esta implica, con excepción de lo que hubiera derogado su dignidad. Asumió, pues, la vida social y, en primer lugar, la vida familiar: por eso nació en el seno de una familia.
También era importante que el Mesías no fuera rechazado como un hijo ilegítimo: “¿No es este Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos?” (Juan 6, 42).
La filiación era una cosa esencial para los judíos, esto se puede ver en las genealogías de la Escritura hasta en el Santo Evangelio. Sin embargo, esta debía trazarse, según la costumbre, por la línea paterna.
Finalmente, Dios quiso que el divino Niño tuviera un protector y un padre adoptivo. El papel de este padre consistió, en el plan especial de la Redención, en dar al Verbo Encarnado la posibilidad de llevar una vida oculta.
En consideración a la Madre de Dios
Una joven que faltaba a sus deberes quedaba expuesta a la pena de lapidación. El nacimiento de Cristo en el seno de la Sagrada Familia eliminó esta amenaza.
Y, suponiendo que no se aplicara esta pena, protegió a la Virgen María de la infamia de ser madre soltera. La deshonra, aun aparente, habría recaído en el Hijo de Dios.
Finalmente, este matrimonio aseguró a la Santísima Virgen la ayuda de San José. Y sabemos lo valiosa e inestimable que fue esta ayuda.
En consideración a los hombres
Las costumbres judías no habrían permitido que una mujer permaneciera soltera, y esto, debido a las reglas de la transmisión del patrimonio y el deber de propagar el pueblo de Israel. En efecto, para evitar que una parte de la herencia pasara a otra tribu, las mujeres se casaban dentro de su propia tribu.
El testimonio de San José confirma elocuentemente la concepción virginal del Salvador. Le correspondía a él denunciar a la culpable de un adulterio. Su vacilación muestra la virtud de la Virgen María.
El testimonio de María que afirma su virginidad tiene así más autoridad. Si la Virgen sostiene que concibió sin perder su virginidad, es más digna de confianza estando casada que soltera.
También era necesario que la Madre de Dios fuera un ejemplo para las jóvenes. Si hubiera concebido virginalmente sin estar casada, su reputación podría haber sido –injustamente– empañada. La concepción virginal de una mujer casada salvaguarda su reputación y la pone como ejemplo para todas las mujeres.
De este modo, la Virgen se convierte en una imagen maravillosa de la Iglesia católica: es al mismo tiempo virgen, esposa y madre.
Finalmente, en María, la virginidad y el matrimonio se honran en la misma persona: así, la dignidad respectiva de estos dos estados se pone de relieve de manera impresionante.
FSSPX