Pentecostés a la luz de María

Pentecostés a la luz de María

Los Doctores de la Iglesia enseñan claramente lo esencial que es el descenso del Espíritu Santo para nuestra salvación. San Buenaventura, por ejemplo, dice: “Sin la acción del Espíritu Santo en nuestros corazones, que es el amor del Padre y del Hijo y que nos lleva al Padre y al Hijo, el envío del Hijo por el Padre y toda la obra redentora del Hijo habrían pasado de largo inútilmente” (Collationes de septem donis Spiritus Sancti).

 

La acción del Espíritu Santo abre nuestros corazones a la obra redentora de Cristo, efectúa en nosotros el influjo de la vida divina, es decir, de todas las gracias de conversión y santificación. El importante papel de María en la misión del Espíritu Santo ya está indicado en las Sagradas Escrituras, por la clara mención de su presencia entre los Apóstoles el día de Pentecostés (Hch 1,14).

El Papa Pío XII enseña que su ferviente súplica causó el descenso del Espíritu Santo (Encíclica Mystici Corporis). En efecto, si los Apóstoles “perseveraban en la oración unánime”, ¿cuán poderosa debió ser la súplica de la Llena de Gracia, a quien la Iglesia llama “omnipotencia intercesora”, y a cuya súplica Dios nunca se resiste?

En consecuencia, María estaba “llena del Espíritu Santo” más que todos los demás juntos. Sólo ella recibió sus dones en abundancia, pero no sólo para su propia perfección. Los Doctores de la Iglesia dicen que su plenitud de gracia es como una fuente de la que fluyen todas las gracias del Espíritu Santo para todos nosotros.

San Bernardo, por ejemplo, escribe: “Quién podría decir que no estaba colmada a quien el ángel saluda como la llena de gracia. Y no sólo eso, sino que además el ángel afirma que el Espíritu Santo vendrá sobre ella. Con qué propósito, piensas, se hace esto, sino sólo para traerle también la superabundancia de la gracia.

“Puesto que ella ya había recibido el Espíritu para sí misma, y por tanto estaba llena de gracia por sí misma, el mismo Espíritu debía venir ahora sobre ella para nosotros también, para que ella rebosara y desbordara de gracia. De tal plenitud hemos recibido todos. Al fin y al cabo, es nuestra Medianera” (Sermo 2 in Assumptione BMV).

El padre Maximiliano Kolbe aclara esta verdad: “Toda gracia es fruto de la vida de la Santísima Trinidad: el Padre engendra eternamente al Hijo, y el Espíritu Santo procede de ellos. De este modo fluye toda la perfección en todos los órdenes hacia el mundo.

“Toda gracia viene del Padre, que engendra eternamente al Hijo, y la gracia en función del Hijo. El Espíritu Santo, que procede eternamente del Padre y del Hijo, forma esta gracia en la Inmaculada y por medio de ella moldea las almas a semejanza del Hombre-Dios primogénito.

“En adelante, el Espíritu Santo no envía ninguna gracia, y el Padre, a través del Hijo y del Espíritu, no infunde ninguna vida sobrenatural en el alma sino a través de la Medianera de todas las gracias, la Inmaculada, con su permiso, su cooperación. Todos los tesoros los recibe como propios, y los distribuye a quien y en la medida que ella misma quiere.” (Fragmento del libro inacabado sobre la Inmaculada).

Quien desee recibir los dones del Espíritu Santo debe recordar las palabras de San Luis María Grignion:

“Con María y en ella el Espíritu Santo produjo su obra maestra, que es un Dios hecho hombre, y produce todos los días hasta el fin del mundo a los elegidos y miembros de esta Cabeza adorable. Por ello, cuanto más encuentra a María, su querida e indisoluble Esposa, en una alma, tanto más poderoso y dinámico se muestra para producir a Jesucristo en esa alma y a ésta en Jesucristo.” (Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, n. 20).

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