Primero recibimos el Espíritu Santo en el Sacramento del Bautismo, pero luego especialmente en la Confirmación. La gracia de la Confirmación nos da la plenitud de los dones del Espíritu Santo, que fortalecen nuestra vida sobrenatural y nos llevan a la perfección. De esta manera nos podemos convertir en testigos y soldados de Cristo.
María estaba presente en medio de los apóstoles cuando en lenguas de fuego el Espíritu Santo descendió sobre ellos. El arte sacro siempre la representa en el centro, como si las lenguas de fuego se propagasen hacia los demás sólo a través de ella. El Sacramento de la Confirmación es “nuestro Pentecostés” y vivir en el carácter indeleble del Espíritu Santo puede llevar nuestras almas a la cima de la santidad.
La primera gracia de la Confirmación es la que nos permite empezar el camino hacia la perfección, fortaleciendo nuestra energía espiritual y haciéndonos crecer “hasta llegar al estado de varón perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo” (Efesios 4,13). El Espíritu Santo nos colma con la superabundancia de sus dones y gracias; nos fortalece y transforma, en una palabra, consuma Su misión que comenzó en el vientre de María en la Encarnación.
Ahora sabemos que el Espíritu Santo trabaja siempre enteramente a través de María. Por lo tanto, es lógico que las gracias y dones del Espíritu Santo me hagan un perfecto cristiano en la medida en que me coloque bajo su manto protector. En otras palabras, el Espíritu Santo distribuye sus gracias y dones siempre a la manera muy concreta de la Mediadora de todas Sus gracias. Eso significa que los dones siempre comienzan a surtir efecto cuando la persona se pone enteramente como instrumento en las manos de la Inmaculada. “El Espíritu Santo no concede ninguna gracia, el Padre no envía su propia vida sobrenatural a través del Hijo y el Espíritu Santo al alma sino es a través de la Mediadora de todas las gracias, la Inmaculada, con su cooperación y por su consentimiento. Ella recibió todos los tesoros de la gracia como propios y los distribuye a quien quiere y en la medida que quiere” (R.P. Maximiliano Kolbe).
De esta manera el carácter indeleble del Sacramento de la Confirmación se aplica de manera muy concreta. Se podría decir que la naturaleza “demasiado espiritual” del Espíritu Santo que, para nosotros, seres humanos de carne y hueso, tiende a hacer que su eficacia parezca remota, abstracta y puramente teórica, se convierta ahora en una realidad concreta, visible y práctica a través de su Esposa, la Inmaculada.