La Virgen María es la Reina del desierto: “Quae est ista? ¿Quién es ésta que se alza en el desierto, apoyada en su Amado?”
Silencio de admiración ante la Virgen María. Quae est ista? La escuela del silencio comienza con la admiración. Quandola contemplamos, cuando la miramos, no podemos dejar de admirarla. Esta admiración, que corresponde a una forma de amor particularmente elevada, será para nosotros el comienzo de un aumento de gracias, un aumento del silencio.
El silencio del desierto… Es ella, la Virgen María, quien fue llamada al desierto para escuchar a su Amado, para ser instruida y elevada por Él. Ella es realmente la primera, la más privilegiada, la que antes que todos los demás fue llamada al desierto. Ella fue completamente separada de toda la Creación por su Inmaculada Concepción. Ante Dios, la Virgen María es pura capacidad. En ella no hay absolutamente nada que pueda impedir la efusión de la plenitud de Dios. Ella es verdaderamente para Dios el desierto perfecto. Nada en ella se opone a Él. Esta capacidad de Dios es un poder continuamente enriquecido por la plenitud divina: desde el primer momento de su concepción, ella es la plenitud de la gracia. Ella está llena de un grado de gracia que supera al de todos los Santos y Ángeles en conjunto, y esta plenitud de gracia está continuamente en aumento.
Luego, también de manera corpórea, se convierte en el desierto lleno de Jesucristo. Durante nueve meses lleva físicamente a Aquel, que es la gracia. Así que realmente hay en su alma esas cualidades del desierto, que hacen que Jesucristo se sienta allí completamente en casa, en casa con ella. Ella no es sólo aquella a la que Dios llama al desierto, ella es realmente y hasta doblemente, por así decirlo, un desierto, por su Inmaculada Concepción y por la presencia del Niño Dios en su vientre. Por lo tanto, ella es verdaderamente este desierto perfecto capaz de ser llenado completamente por el Eterno.
Ella es instruida de una manera mucho más profunda y comprende mejor a Dios porque “fue a ella en primer lugar a quien Dios quiso hablar cuando dijo que la atraería al desierto para hablarle al corazón, y de una manera única, ya que la palabra increada, el Verbo hecho carne, descendió a ella para morar en ella.” Fue en la soledad, en el silencio que Ella concibió en gran secreto. Ella es el tabernáculo del Dios Altísimo. Una de las mayores gracias que se pueden conceder es la gracia de descubrir este templo mariano y entrar en él para encontrar a Jesús. El sigue vivo en María. Dios está en ella. Ella es la Ciudad de Dios, la que Él ha elegido. Él reside en la Virgen como en su propio templo. Madre del Verbo Encarnado, el espíritu de su Hijo le es dado con un carácter de pertenencia, que la hace su santuario normal y privilegiado… Su desierto. Ella es el lugar donde su Hijo habita de manera normal y privilegiada.
Illustration : Joachim Patinir / Public domain