Dios nos da todas las gracias de conversión y santificación por medio de María. Nosotros respondemos a este don de Dios aceptando cada vez más estas gracias, permitiendo que tomen vida en nosotros y den fruto.
El Corazón Inmaculado de María, según San Juan Eudes, es “la fuente y el principio de todos sus privilegios, glorias, prerrogativas y cualidades, que la elevan por encima de todas las criaturas. (…) Es también la fuente de todas las gracias, que acompañan a estas cualidades, pero también la fuente de todas las virtudes que ella ha cultivado.
Pero ¿por qué su corazón es la fuente de todo esto? Porque fue la humildad, la pureza y el amor de su corazón, lo que la hizo merecedora de ser la Madre de Dios y, en consecuencia, de recibir todos los demás dones y prerrogativas que acompañan a tan alta dignidad. (…)
Debemos venerar en la Virgen María no sólo algunos de sus misterios y hechos, como su nacimiento, Presentación en el templo, Visitación, etc., no sólo algunos de sus atributos, como ser Madre de Dios, ser Hija del Padre, Esposa del Espíritu Santo y Templo de la Santísima Trinidad. Debemos venerar en ella, en primer lugar, la fuente y el origen de su santidad y la dignidad de todos sus misterios, de todas sus obras y las cualidades de su persona: se trata de su amor, porque según los santos maestros, el amor es el medio del mérito y el principio de toda santidad.”
Por lo tanto, adentrarse en el Corazón de María es el comienzo de la vida bajo el signo del amor, que es el único que realmente nos lleva de retorno a Dios. El amor, como forma de todas las virtudes, da valor a toda nuestra vida moral: “En el ocaso de nuestra vida seremos juzgados según el amor”, dice Santa Teresa del Niño Jesús. No lo que hayamos hecho y logrado, sino cómo lo hemos hecho, es decir, con cuánto amor, hace el valor de nuestra vida.
De modo que, sin el amor sobrenatural, todos nuestros actos morales son sólo “campanas que tintinean y metales que suenan” (1 Cor 13,2). Si este amor nos es dado por el Corazón Inmaculado, entonces recién somos capaces de llevar los actos de nuestra vida cotidiana a su pleno valor, en la medida en que los realizamos en el Corazón Inmaculado.
De este manera, María se convierte en sentido pleno, en la “Madre del amor hermoso”. Esta comunicación del amor de su Corazón Inmaculado no es otra cosa que la comunicación de todas las gracias, que no son otra cosa que irradiaciones y realizaciones del amor divino en nosotros.
El Padre Kolbe dice: “La vida tiene tanto valor como la llenan los actos de amor de Dios. Ahora, nuestros actos de amor están llenos de imperfecciones. Santa Teresa era consciente de que toda su vida sería imperfecta.
“No es que tuviera algún apego a estas imperfecciones, sino que descubriría continuamente nuevos apegos. Cuando el alma entrega sus actos a la Inmaculada, ella se los entrega a Dios como suyos. Así, nuestros actos de amor a Dios adquieren toda su belleza.”
Cuando miramos nuestra vida cotidiana a la luz de la doctrina de la gracia, sabemos que además del estado de la gracia santificante, se nos conceden también diversas gracias actuales, gracias de ayuda que preceden al acto humano, lo acompañan y lo llevan a su término.
Si la gracia santificante puede describirse como la presencia, la vida y la obra de Cristo en nosotros, y junto con Él, la de la Santísima Trinidad, entonces las gracias actuales pueden describirse con precisión como la presencia de la Esposa del Espíritu Santo, que se sirve de ellas para otorgar sus gracias y dones a las almas.