La inmensidad de María según San Buenaventura

La inmensidad de María según San Buenaventura

Es difícil captar la verdadera grandeza de María. A menudo se tiende a verla sólo en su modestia, en su encanto de Madre del Niño Jesús. Sin embargo, esta Virgen, tan hermosa y tan humilde, es más inmensa que todo el universo.

Para comprender un poco la inmensidad de María, contemplemos un poco la inmensidad de Dios. Él está fuera del tiempo y creó el tiempo. No tiene principio ni fin, pero creó el mundo con un principio y un fin. Es Padre Hacedor de la vida, es Verbo engendrado y encarnado, es procesión y Amor, creando la gracia para poder darse a su criatura y reflejar en ella su inmensidad.

San Buenaventura contempla en María tres tipos de inmensidad, que son la imagen de esa inmensidad de Dios: “La primera es la inmensidad de tu vientre bendito, que contenía a Aquel que es inmenso e infinito, y que ni los cielos ni todo el universo son capaces de comprender”.

En efecto, si el Dios inmenso quiso habitar en el vientre de María, encerrarse durante nueve meses en el vientre virginal, lo más adecuado es crearla inconmensurable. Dios modeló a María conforme a Su propia naturaleza.

La inmensidad de María es visible en su Inmaculada Concepción, aunque fue creada en el tiempo, no obstante fue concebida fuera del tiempo, antes del principio. A raíz de la Encarnación del Dios inmenso, María tuvo que reflejar esta inmensidad desde el principio.

Puesto que ha sido capaz de acoger a su Dios, ahora puede acogernos a todos en su casto vientre espiritual.

San Buenaventura continúa contemplando la inmensidad de su espíritu y su corazón; “pues si tu sagrado vientre es inmenso, ¡cuánto más tu Corazón virginal!”. De hecho, si Dios, que es inmensamente espiritual, decidió encarnarse en su criatura para hacerse humano, era necesario que esta esposa fuera igualmente inmensa de corazón y de espíritu para contenerlo, sin por ello comprenderlo plenamente.

Por tanto, en María, su inteligencia y voluntad fueron creadas inmensas para irradiar y reflejar la inmensidad divina. Así, el Padre que engendra eternamente al Verbo, continúa, en María, en este espíritu creado pero inconmensurable, su acto eterno de engendrar.

Esta voluntad inconmensurable de María lo devuelve todo al Padre, así como el Verbo eterno lo hace hacia el Padre. Y este amor infinito e inmenso del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, este Amor que es la tercera Persona Divina, se refleja también en María, en su Corazón y en su alma, en un eco casi infinito.

Así, la inmensidad de la Santísima Trinidad que habita en ella -dice San Buenaventura: “exige que la gracia y la caridad que la llenan sean inmensas”. Por eso, el ángel Gabriel saluda a María, que está por recibir en su interior al Autor de la gracia, con este título que manifiesta su inmensidad: “Llena de Gracia”. Ella es única en su inmensidad.

Esta inmensidad de gracia fue primero creada para que pudiera contener a Dios, y luego para nosotros. Dios nos dio a su Hijo único, y con Él la inmensidad de sus gracias. Aquella que es más inmensa que todos los ángeles, que todos los santos… esta inmensidad es Nuestra Madre – Magna Mater.

¡Qué gozo inmenso! El desaliento no puede subsistir ante tanta gloria dada al género humano. Oh, Madre y Reina inconmensurablemente grande, ¡fortalece nuestra confianza en Ti!

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