María, como Madre del Hombre-Dios, Rey del universo por derecho de naturaleza y por mérito de conquista, es Reina Madre. La dignidad real de María ha recibido el tributo de homenaje más insigne y la justificación teológica más amplia y convincente por boca de los Sumos Pontífices.
Pío XII no es menos generoso en las alabanzas a la celestial Señora cuando afirma: “Jesús es Rey de los siglos, por naturaleza y por conquista; por Él, subordinadamente a Él, María es Reina, por gracia, por parentesco divino, por conquista, por singular elección. Su reino es vasto como el reino de su Hijo Dios, porque nada se halla excluido de su dominio. Por lo cual, la Iglesia saluda a María como Señora y Reina de los ángeles y de los santos, de los patriarcas y de los profetas, de los apóstoles y de los mártires, de los confesores y de las vírgenes; por idéntico motivo, la aclama como Reina del cielo y de la tierra, gloriosa y dignísima Reina del universo y nos invita a invocarla, de día y de noche, entre los gemidos y lágrimas en que abunda tanto este destierro: Salve Regina, Mater misericordiae, vita, dulcedo, spes nostra, salve (Mensaje radiofónico del 13 de mayo 1946).
Esta certeza recibió un nuevo sello, cuando el Romano Pontífice Pío XII, como digna coronación del Congreso Internacional Mariológico-Mariano y, para perpetuo y más vivo recuerdo del primer centenario de la definición de la Inmaculada Concepción, proclamó en la Encíclica Ad Coeli Reginam (11 octubre 1954), la festividad litúrgica de la realeza de María.