La doctrina de la Virgen María como Medianera de todas las gracias es una verdad enseñada por el Magisterio Ordinario Universal, que sostiene que todas las gracias de conversión y santificación, merecidas por Nuestro Señor a través de su Pasión y muerte en la Cruz, han sido confiadas a la Virgen María a fin que las distribuya a los hombres de buena voluntad “cuando Ella quiera, a quienes Ella quiera, en cuanto Ella quiera” (San Bernardo).
Este misterio no sólo es uno de sus más hermosos privilegios y grandezas, sino sobre todo una realidad que toca profundamente la relación de la Madre espiritual con nosotros, especialmente su papel en nuestra obra de conversión y santificación. San Luis María Grignion de Montfort nos hace comprender que la verdadera y perfecta devoción a la Virgen María está basada en esta verdad, mostrando todo lo que la expresión “María, nuestra Madre y Medianera” significa para nuestra vida personal, para nuestra conversión y santificación; Si Dios ha querido “darnos todo por María” (San Bernardo) y nada sino por María, nosotros no volveremos tampoco a Dios sin Ella; si queremos vivir cristianamente según la voluntad de Dios, toda nuestra vida debe estar penetrada por María, dirigida por María; en la medida en que Ella esté presente en nosotros, y nos esforcemos por hacer todo a través de Ella, con Ella, en Ella, y para Ella, Dios nos dará sus gracias.
Puesto que Dios no nos obliga, sino que quiere nuestro libre consentimiento a su acción salvífica, la Santísima Virgen puede ejercer su papel de Medianera en nosotros solamente si lo deseamos, si lo aceptamos por un acto de voluntad, por un “sí” meditado y decisivo. La Medianera desplegará toda su acción en nosotros en la medida en que nos entreguemos a Ella por el acto de consagración.
Si ahora miramos más de cerca lo que damos a la Virgen en nuestro acto de consagración, debemos recordar que hay dos grandes realidades en nuestra vida espiritual: nuestra relación con Dios y nuestra relación con el prójimo. Por eso, en primer lugar, nos entregamos a María para que Ella se convierta plenamente en nuestra Madre y Señora, para que nos convirtamos plenamente en sus hijos y esclavos. Este es el acto principal y fundamental de la consagración, que prácticamente ya contiene toda nuestra donación a María, pero concretamente y de hecho se concentra en nuestra propia santificación, en nuestro retorno personal a Dios a través de María. En segundo lugar, nos entregamos a la Virgen María para que Ella tome en sus manos nuestra vida en el mundo, nuestra misión, que Ella sea ahora en adelante la causa principal (obviamente, siempre subordinada a Dios) de todas nuestras acciones, de todas nuestras relaciones con los demás, y nos acepte como “instrumentos en sus manos inmaculadas”. Eso significa que María tome posesión de todas nuestras facultades, para convertirlas en canales a través de los cuales pueda realizar en las almas las maravillas de la conversión y la santificación; en resumen, “aplastar la cabeza de la serpiente”, “vencer todas las herejías en toda la tierra” y así establecer cada vez más “el reino del Sagrado Corazón de Nuestro Señor”.