El papel de María durante el Sacrificio de la Misa está simbolizado por el cáliz. Ella es la vasija de oro más pura en la cual Dios tomó su primera morada. La liturgia subraya que no sólo se ofrece el contenido del cáliz, sino el cáliz mismo (“Te ofrecemos el cáliz de la salvación….”, “el cáliz de mi Sangre”, etc.), para sugerir discretamente que el único Sacrificio de Cristo es, sin embargo, también el sacrificio de María, que la sumisión del Nuevo Adán está inseparablemente unida a la sumisión de la Nueva Eva: la del Redentor con la de la Corredentora.
¿Cuáles son las cualidades del cáliz y su significado para nuestras vidas? En primer lugar, el metal precioso en su deslumbrante belleza: un desafío para limpiarnos cada vez más de toda mancha de pecado, y también de lo que es mundano y sin valor. Luego, el conocimiento de lo preciosa que es nuestra vida, nuestro cuerpo y especialmente nuestra alma, creados a imagen y semejanza de Dios, predestinados a participar de la belleza de la Inmaculada. Este cáliz, por sí mismo, está bien vacío, bien pobre. Dentro de él no se encuentra nada del mundo, ni una mota de polvo, nada mundano, por muy bello que sea. Esta actitud de completo vaciamiento, de completo desprendimiento de sí mismo, de total pobreza espiritual, es un rasgo esencial de la Inmaculada: no tiene nada para sí misma, no piensa en sí misma, es completamente pobre y vacía de sí misma; se podría decir que su ego es inexistente. Esta es la única actitud posible de la criatura hacia su Creador, cuando éste se inclina en infinita misericordia hacia nuestra nada para llenarlo. Entonces el cáliz está completamente abierto a lo que está arriba. Los lados del cáliz son como las manos extendidas del Orante, llenas de anhelo y devoción. Este es el Corazón virginal de María, que vive en la espera de Dios y para Dios, tan totalmente como una Esposa para su Esposo. Todos sus pensamientos, palabras y obras están dirigidos hacia Él, completamente para Él. María nos da este anhelo de Dios y hace que nuestros corazones se purifiquen de todos los deseos desordenados que nos tiran hacia abajo.
Este anhelo se cumple a través de la consagración y la comunión. El corazón abierto recibe la luz divina y la sangre caliente y fluida de la vida. Este es el propósito para el que existe el cáliz, y sólo para esto: para que la transformación tenga lugar en él, es decir, para que Cristo renueve en él su vida, su sufrimiento y su muerte. Pero esto implica la unión de la propia voluntad con la voluntad de Dios, tan plenamente como María se unió a Cristo en la mayor obediencia.
“El Corazón de María es el altar vivo sobre el que se ofrece el sacrificio. Este Corazón traspasado es también el servidor del altar, cuyo latido son las respuestas litúrgicas. Es el incensario, en el que la fe, la esperanza, el amor y la adoración de todo el mundo ascienden como incienso ante el Cordero que fue inmolado. Es el coro de esta formidable Misa, superando a todos los ángeles. ¿No fue el silencio de los portentosos sufrimientos de María como el canto de canciones secretas e inefables al oído embelesado de la Víctima sangrienta?” (P. Faber)