El hombre negó su amor a Dios cuando fue tentado por el diablo y se dejó engañar por él. Pero como el hombre cayó por debilidad, Dios en su eterna providencia no permitió que la obra de sus manos cayera en la ruina eterna.
“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza, y tú la herirás en el talón” (Gn 3,15).
Si los seres humanos no hubieran recibido esta luz, se habrían desesperado. Pero así les fue dada esta primera buena noticia desde el principio (por eso esta promesa se llama Protoevangelio), y esta primera esperanza es la mujer y su descendencia, María y su Divino Hijo.
El Papa Pío IX lo confirma en la bula Ineffabilis Deus: “Así, ellos (los Padres y los Doctores de la Iglesia) hablan una y otra vez de las palabras con las que Dios ofreció al comienzo de los tiempos, la perspectiva de la salvación a los mortales. Pero el medio que dispuso su bondad consistió, por un lado, en quebrar la arrogancia de la serpiente seductora y, por otro, en restablecer de manera inconcebible la esperanza de nuestra raza.
“Así, cada vez que los Padres citan estas palabras de Dios: ‘Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu semilla y su semilla’, declaran, que en este enunciado de Dios, se hace referencia clara y abierta del misericordioso Redentor del género humano, del Hijo unigénito de Dios, Jesucristo, y por tanto también de su Santísima Madre, la Virgen María, y que al mismo tiempo se expresa claramente la implacable enemistad de ambos con el diablo.
“Así como Cristo, mediador entre Dios y los hombres, después de asumir la naturaleza humana, despedazó la deuda que testificaba contra nosotros y la clavó venciendo en la cruz, así también la Santísima Virgen, íntima e inseparablemente unida a él, tuvo con Él y por Él una enemistad eterna con la serpiente venenosa; obtuvo un triunfo perfecto sobre ésta y aplastó su cabeza con su pie inmaculado.”
Entre los profetas, Isaías es el que más claramente describe al Redentor venidero, prometiéndolo como el Hijo nacido de una virgen (Is 7,14). Los libros sapienciales alaban a la mujer venidera como “amada de Dios” (Cantar de los Cantares 2:16), “como hija de un rey” (Sal 44:14).
La futura aplastadora de la serpiente “brilla como la aurora, bella como la luna, radiante como el sol, terrible como un ejército en orden de batalla” (Cantar de los Cantares 6:10). “Eres del todo hermosa, amada mía; y en ti no hay mancha” (Cantar de los Cantares 4:7). Así, desde el principio, María es el centro de las promesas del Antiguo Testamento.
De hecho, Dios podría redimir al mundo de muchas maneras posibles. Nuestra realidad es el medio que Él eligió.
“Dios quiso comenzar y completar sus más grandes obras a través de la Santísima Virgen, y debemos creer que no cambiará su proceder por toda la eternidad, pues Él es Dios, que nunca cambia de intenciones ni de comportamiento” (San Luis María Grignion de Montfort).