Nuestra Señora fortalece nuestra Fe

Nuestra Señora fortalece nuestra Fe

Según el Concilio de Trento, la fe es “el principio, el fundamento y la raíz de toda justificación”. Una fe sólida es necesaria en tiempos en que la verdad es combatida, debilitada y oscurecida. “Señor, fortalece mi fe, ayuda mi incredulidad.” Esta vida de fe se renueva en nosotros por medio de la Inmaculada.

En primer lugar, creer en las glorias de María es un ejercicio intenso de la virtud de la fe.

Uno puede maravillarse de Cristo sin tener fe, y de hecho mucha gente lo hace: lo consideran un líder, un modelo, un reformador, un filósofo o incluso un amigo de todos los hombres, un héroe que tuvo una gran influencia en toda la humanidad.

María, sin embargo, no puede ser entendida bajo una luz meramente natural. Vista así, no sería más que una discreta y pobre mujer que no dice casi nada y no hace casi nada. María no tiene sentido para los incrédulos. El ser de María es únicamente comprensible en el orden sobrenatural, ella sólo puede ser reconocida a la luz de la fe.

Cuando se ve a un hombre culto o a un artista en una gran iglesia en una ceremonia solemne, no se sabe aún qué le ha llevado allí: la fe o algún motivo puramente humano (el sentimiento estético, el deseo de ser visto, las relaciones humanas, etc.). Pero cuando se ve al mismo individuo arrodillado ante una estatua de la Virgen y rezando el Rosario, entonces se sabe que se trata de un creyente.

Cristo mismo es nuestro mayor ejemplo para todas las virtudes, excepto la fe y la esperanza, ya que Cristo posee siempre la visión beatífica y nunca puede perderla.

La fe, sin embargo, es la convicción respecto a la revelación invisible de Dios, a la que me adhiero en razón de su autoridad. En consecuencia, el verdadero y más noble modelo de fe es María: “¡Bendita eres porque has creído!”

Ella tuvo que creer en las palabras del ángel que se convertiría en la Madre de Dios sin perder su virginidad. Tuvo que creer que el pequeño y débil niño, que dio a luz en el establo y colocó en el pesebre no sólo era el Mesías, sino Dios mismo. Tuvo que creer en su triunfo eterno incluso en el momento en que colgaba de la Cruz y aparentemente sufría la derrota definitiva.

¡Cuántas veces Dios le exigió un acto heroico de fe! Y otras tantas veces respondió sin dudar ni un instante. María transmite esta fe a todos los que se consagran a ella con confianza.

San Luis María Grignion de Montfort escribe: “Por lo mismo, cuanto más te granjees la benevolencia de esta augusta Princesa y Virgen fiel, tanto más reciamente se cimentará toda tu vida en la fe verdadera.

“Una fe pura, que hará que no te preocupes por lo sensible y extraordinario; una fe viva y animada por la caridad, que te hará obrar siempre por el amor más puro; una fe firme e inconmovible como una roca, que te ayudará a permanecer firme y constante en medio de las tempestades y tormentas.

“Una fe penetrante y eficaz, que  –como misteriosa llave maestra– te permitirá entrar en todos los misterios de Jesucristo, las postrimerías del hombre y el corazón mismo de Dios; una fe intrépida, que te llevará a emprender y llevar a cabo, sin titubear, grandes empresas por Dios y por la salvación de las almas.

“Finalmente, una fe que será tu antorcha encendida, tu vida divina, tu tesoro escondido de la divina sabiduría y tu arma omnipotente, de la cual te servirás para iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte, para inflamar a los tibios y necesitados del oro encendido de la caridad, para resucitar a los muertos por el pecado, para conmover y convertir –con tus palabras suaves y poderosas– los corazones de mármol y los cedros del Líbano, y finalmente, para resistir al demonio y a todos los enemigos de la salvación.” (Tratado 214)

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