¿María realmente está relacionada con los católicos en la Sagrada Comunión? ¿María desempeña un papel activo en la Iglesia Militante?
San Cirilo de Alejandría, el gran defensor del Concilio de Éfeso, responde “Por ti (María) los apóstoles predicaron a las naciones la doctrina de la salvación; por ti la Santa Cruz es celebrada y adorada en todo el mundo; por ti los demonios son puestos en fuga y el hombre es llamado al Cielo; por ti toda criatura sujeta a las ataduras de la idolatría ha sido llevada al conocimiento de la verdad; por ti los fieles han sido llevados al Santo Bautismo y se han fundado iglesias en todas las naciones.”
San Cirilo continúa explicando que Ella “mantuvo la fe firme, intacta y fructífera entre el pueblo”. Gracias a su impulso, los hombres santos y apostólicos se levantaron para rechazar los esfuerzos de los herejes, y fue su intercesión la que sacó al pueblo de la indiferencia a resistir la herejía.
Lo que era cierto en la Edad de la Fe, cuando la Iglesia derrotó las grandes herejías, es cierto hoy. Cuando la Iglesia se reúne en torno a Cristo en la Misa, María reza por cada uno de sus miembros, para que reciban la gracia de recibir a Jesús, y de esa gracia, la voluntad y el valor de seguirlo. Y esto lo hace continuamente, y por cada alma.
Puede ser difícil para la mente comprender una maternidad tan universal y a la vez tan personal.
Pero María no es una burócrata que sella automáticamente una pila interminable de papeles de gracia, sin tener una idea real de su contenido. Ella conoce y piensa en cada uno de sus muchos hijos, tanto como cualquier madre de la tierra que reúne a sus hijos en sus rodillas.
Aunque no podamos entenderlo del todo, podemos constatar fácilmente que la gloria del cielo supera la gracia en la tierra. Ahora bien, la gracia de María en la tierra fue estar al pie de la Cruz, como Madre activa e inteligente del Redentor y de los redimidos.
Por lo tanto, su gloria en el cielo corresponde a esta posición única. En esta gloria, que supera a la de todos los santos juntos, María ve a las almas tal como son ante Dios.
En el Cielo, su tierna compasión maternal se ejerce en plenitud y perfección hacia cada uno de nosotros. Nunca nuestra Madre es más maternal que en la gloria eterna, en el seno de la Santísima Trinidad, donde habita, actúa y se entrega.
¿Y qué nos da, esta Madre inefable? En primer lugar, nos prepara para recibir a Jesús, ennoblece nuestro corazón con sus virtudes y lo hace como el suyo: inmaculado. Porque es a través de su oración en el seno de esta gloria divina que recibimos las gracias que necesitamos para ser dignos de la comunión con Jesús-Hostia.
Y en segundo lugar, nos da a Jesús mismo por medio de las manos del sacerdote. Así, nadie puede recibir dignamente a Jesús sin la Virgen del Santísimo Sacramento.