La Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo eterno, es la causa ejemplar (causa exemplaris) de todo lo creado y, como tal, la Sabiduría eterna e increada: “Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho” (Juan 1:3).
San Lorenzo de Brindisi enseña: “Se concluye que también María fue predestinada con Cristo, y si Cristo asume el primer lugar en esta predestinación, entonces María recibe el segundo. Cristo es el sol, y María la luna, que brilla más que todas las demás estrellas juntas. ¿Qué es la mujer, para que te acuerdes de ella, para que la visites?
La has coronado de gloria y honor y la has puesto sobre la obra de tus manos. Todo lo has sometido bajo sus pies [paráfrasis del Salmo 8:5-8]. No la has hecho un poco menor que los ángeles [cf. Salmo 8:6], sino que la has exaltado sobre todos los coros de ángeles. La has revestido con el sol y le has dado como corona las estrellas más brillantes. […]
Esta predestinación divina es, por así decirlo, el prototipo de la Iglesia Universal de los elegidos de Dios. Cuando Dios presentó a Moisés la imagen de la morada divina, habló primero del Arca de la Alianza; similarmente, en el plan original de Su creación, Dios pensó primero en la Santísima Virgen como Arca viva de su Divinidad”.
María es la copia perfecta, la imitación más completa, pura e inmaculada del Verbo eterno, que recibió todas las propiedades de la Sabiduría Eterna. Por eso la Iglesia la llama “la sabiduría creada” y la sitúa al origen de todo el universo: “Ego sum radix – Yo soy la raíz” (Tractus de la Misa de María Medianera). Este plan original “se extiende poderoso del uno al otro extremo y lo gobierna todo con suavidad” (Sabiduría 8,1).
Todas las criaturas tomadas en conjunto no alcanzan la sobrecogedora belleza de esta criatura original, esta obra maestra divina: porque ella “es más hermosa que el sol; supera a todo el conjunto de las estrellas, y comparada con la luz, queda en primer lugar. Porque a la luz sucede la noche, pero la maldad no triunfa de la sabiduría” (Sabiduría 7, 29-30).
Y San Bernardino de Siena profesa: “A partir de la perfección suprema que le ha sido concedida sólo a ella, la Santísima Virgen imparte a todas las naturalezas y perfecciones del mundo su máximo valor esencial, su riqueza y su exaltación.
Todo ser fue dirigido hacia un ser supremo: el ser vivo hacia la vida más noble, el ser sensible hacia la sensibilidad más refinada; toda concepción de la mujer hacia un fruto preciosísimo del vientre; todos los nacimientos hacia la mejor naturaleza que pudiera nacer; todas las cosas dotadas de razón hacia un ser racional excepcional; todas las cosas dotadas de espíritu hacia un ser espiritual excelso; en fin, todas las criaturas procuran unirse a un ser superior en su naturaleza pura creada.
Siendo así, se tomaron provisiones para el mundo por medio de una Mujer que es bendita por encima de todo: sólo una vez se convirtió en madre, y a través de esta maternidad única llevó a todas las cosas creadas a su más alta y última perfección.”