La Fiesta de la Purificación conmemora el momento en que la Virgen llevó a Jesucristo al Templo para ofrecerlo a Dios según las antiguas normas de la Ley de Moisés sobre el primogénito (Ex 13).
Nuestro Señor, el “primogénito de entre los muertos” (Rom 8,29) va delante de nosotros –muertos por el pecado– allanando nuestro camino hacia el Cielo.
De hecho, Cristo se convirtió en Hijo de María para levantarnos de la muerte del pecado y llevarnos a la vida en la Gracia por medio de Su vida en nuestra naturaleza humana. Y esto no es meramente una atribución legal como decía Martín Lutero, sino una incorporación real en Jesucristo mismo, para que nos convirtamos en miembros de su Cuerpo Místico (Rom 6 y 12).
María, que lleva a Cristo al Templo, es por tanto, Nuestra Señora del Buen Suceso, el suceso que, de manera bíblica, abre el drama de nuestra propia salvación, el real y verdadero “Buen Suceso” para nosotros.
En 1594 la Virgen inicia una serie de apariciones a la Madre Mariana de Jesús Torres, monja concepcionista en Quito, Ecuador, pidiendo que se hiciera una estatua y que se la invocara bajo el título de Nuestra Señora del Buen Suceso de la Purificación.*
La Virgen predijo muchos acontecimientos históricos de esa Provincia de España en Sudamérica y prometió que Ella gobernaría el Convento. Pero lo que hace que esta advocación sea tan asombrosa es el Buen Suceso, único en la historia de los tiempos modernos y ocurrido en la historia del Ecuador.
Bajo la Presidencia del “catoliquísimo presidente” García Moreno, el país del Ecuador, con una virtual unanimidad de sus dirigentes, fue solemnemente consagrado al Sagrado Corazón de Jesús el 25 de marzo de 1875, bajo la dirección espiritual del Arzobispo Ignacio Checa.
Este buen suceso había sido preparado por los misioneros, especialmente solicitados por el Presidente, para que predicaran la devoción al Sagrado Corazón en todos los rincones del Ecuador. Ecuador hizo así en el siglo XIX lo que Francia se había negado a hacer en el XVII.
A este suceso le siguieron dos más. El Presidente se hizo tan odioso a la masonería internacional que su muerte fue decretada en las logias europeas. El año siguiente fue asesinado, y ante los gritos de su asesino diciendo “muérete, enemigo de la libertad” respondió con las palabras “Dios nunca muere”.
Al año siguiente del martirio de García Moreno, el Arzobispo Ignacio Checa, jefe religioso de aquel buen suceso, fue envenenado con el vino de las abluciones en la liturgia del Viernes Santo, y falleció. La sed de venganza de los masones los impulsó a asestar un duro golpe a la Iglesia.
¿Cómo fueron estos buenos sucesos? Normalmente, consideramos que un buen suceso es algo así como pasar un examen. Pero a los ojos de Dios, un buen suceso es aquel que moldea nuestra alma a la imagen de su Hijo y que nos gana una gran recompensa en el Cielo. García Moreno y el Arzobispo Checa se convirtieron en verdaderos imitadores del Sagrado Corazón y obtuvieron la corona de los mártires.
Dejémonos guiar por la Virgen del Buen Suceso para vencer a nuestros enemigos y ganar una gran recompensa en el Cielo. El Rosario diario será nuestra escuela y nuestra arma. ¡Ave María!
*Nuestra Señora del Buen Suceso, en realidad debería llamarse Nuestra Señora del Buen Suceso de la Purificación, como lo declararon las Hermanas Rectoras del Real Monasterio de las Concepcionistas de Quito en una circular oficial puesta el 1 de julio de 2017, para aclarar el asunto.