El 13 de Julio 1917, Nuestra Señora enseña a los niños de Fatima la oración maravillosa que será insertada en el Rosario al final de cada misterio: “Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados…”
Perdona nuestros pecados: El pensamiento de nuestros pecados, que amenaza causarnos la ruina, es presentada por doquier en el mensaje de Fátima. No hay una de las nueve apariciones del Angel o de Nuestra Señora que no haga alusión a ello. Es el eco de la invocación en el “Padrenuestro”: “perdona nuestras ofensas”, como tambié en el “Ave María”: “ruega por nosotros pecadores”.
Líbranos del fuego del infierno: Esta súplica, la más urgente, se refiere evidentemente a la visión del infierno, cuando los niños vieron un “océano de fuego”. El infierno no es un peligro imaginario y lejano del que podríamos escaparnos nosotros mismos. El infierno es el justo castigo por nuestras rebeliones contra Dios y el endurecimiento de nuestro corazón, donde iríamos sin el perdón de Jesús. Esta invocación es también un eco de la Santa Liturgia, donde la Iglesia, justo antes de la consagración, implora a Dios: “Líbranos de la condenación eterna, y cuéntanos en la grey de Tus elegidos”.
Conduce a todas las almas al Cielo: Este deseo ardiente que tenemos tanto para nosotros como para nuestros seres queridos de ser salvos, es necesariamente extendido a todas las almas. Cristo ofreció Su vida para todos los hombres, sin excepción, y Dios Padre “desea que todos sean salvos”. En portugués original es “Levai para o Ceu”, que propiamente significa: tómalos, llévalos, levántalos, o mejor: condúcelos. Nos recuerda las palabras de Jesús: “cuando Yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos los hombres hacia Mí.”
Especialmente las más necesitadas de tu misericordia: Estas palabras son sorprendentes: ¿Cómo podemos preguntar a Jesús de llevar a todas las almas al Cielo, es decir, sin excepción, y todavía agregar inmediatamente la fórmula que, por el contrario, es parcial y restrictiva? Las palabras “todas, … especialmente” parecen desafiar la lógica simple.
La respuesta: es la lógica del amor, que desearía obtener de la Divina Misericordia la salvación de todas las almas. Pero ella sabe que su petición no puede ser escuchada en toda su extensión. En este caso, el alma amante aclara inmediatamente su petición, y le dice a Dios: “Pido que tengas misericordia al menos con algunas almas, y especialmente con las almas de los más grandes pecadores, que seguramente arriesgan de perderse”. Esto es cómo los tres niños comprendieron esta oración, que estaba constantemente en los labios de Jacinta: “Jacinta frecuentemente estaba sentada en el suelo pensativa y exclamaba: ¡Oh infierno! ¡Infierno! ¡Qué apenada estoy por las almas que van al infierno! Y la gente allá abajo quemándose viva, ¡como la madera en el fuego! Luego, temblorosa, se arrodillaba con las manos unidas, y recitaba la oración que Nuestra Señora nos había enseñado: ‘Oh, Jesús mío, perdona nuestros pecados…’”
Deberíamos preguntar en realidad, ¿qué significa “más necesitadas”? Ciertamente la “hora de la muerte” es algo muy angustiante para aquellos que se acercan a ella sin estar preparados. ¿No fue Santa Teresa del Niño Jesús quien “devorada por una sed por las almas, ardía por el deseo de arrebatar las almas de los grandes pecadores de las llamas eternas? De ahí su decisión “de impedir (al horrible criminal Pranzini) ir al infierno a todo precio”.
En conclusión, esta oración es un breve resúmen de las verdades más importantes y olvidadas de Nuestra Santa Fé. Nos coloca en la perspectiva correcta respecto del mundo, la vida y los hombres:
1) Jesucristo Nuestro Señor, es el único Salvador, El es el centro del mundo;
2) “Mi Jesús” es el infinito amor de Jesús a mi alma, El quiere ser totalmente mío. “Mi Jesús” es también la expresión de mi amor a Jesús y así el cumplimiento del más grande mandamiento “Amar a Dios sobre todas las cosas”;
3) El fuego eterno es una realidad impactante y la única cosa necesaria en mi vida de la que debo ser librado;
4) El Cielo es la única meta de mi vida;
5) “Conduce a todas las almas…” nos recuerda la segunda meta de nuestra vida, la segunda parte del gran mandamiento: Amar al prójimo para obtener la salvación eterna;
6) “Guía, conduce, lleva…”: La salvación es posible sólo si Jesús nos conduce y nos lleva; sin El no podemos hacer nada. Este pensamiento nos hace humildes;
7) “…más necesitadas” nos permite comprender la suprema hora de la muerte, mientras rezamos especialmente por aquellos moribundos que no están preparados.
8) “…de Tu Misericordia”: La infinita misericordia de Dios quiere tanto que seamos salvos, y nunca es demasiado tarde para cambiar y convertirse. Por eso debemos confiarle sin límites.
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