¿Su Nombre se ha vuelto tan común que ha perdido todo su sabor y dulzura? Los modernistas tienen tal costumbre de hablar y escribir de «María» sin mencionar ninguno de sus títulos, que Ella se ve reducida a ser una banalidad por los hombres que le deben la vida sobrenatural, la Redención, la posibilidad de ir al Cielo y la felicidad eterna… pero esta Mujer de Nombre tan dulce y tan fuerte que hace temblar a Satanás, esta Mujer ante la cual los ángeles se arrodillan en una contemplación llena de amor y reverencia, esta Mujer es quien rogó a Dios preservar su identidad, uniéndola estrechamente a la humildad en la tierra. ¡Mas este Nombre de María es exaltado en el Cielo! ¡Es proclamado! ¡Es su título de gloria! ¡Su significado cobra sentido! María quiere decir Reina, Princesa, Mar, Océano; ¡y todo aquello que hay de más noble en la tierra no es más que polvo ante tanto esplendor!
Entonces, ¿cómo es posible que nosotros, esclavos y miserables pecadores, osemos decir a nuestra Reina simplemente «María»? ¿Acaso en otros tiempos no era a los esclavos y siervos a quienes se llamaba solo por su nombre? Y si la Santísima y gloriosísima Virgen María se llama a sí misma la Esclava del Señor, ¡ello no nos da derecho de llamarla como una simple esclava, sin bendecirla de generación en generación! Finalmente, ¿los hijos llaman a su madre simplemente por su nombre? ¡No!
Así también nosotros, sus Caballeros, bien y propiedad suya, ¡procuremos siempre pronunciar y hacer pronunciar el nombre de nuestra Reina con amor y respeto, proclamando a cada vez alguno de sus títulos, que hacen temblar los infiernos y echan lejos las tentaciones! Propaguemos y difundamos el buen olor de su Santo Nombre: Nuestra Señora, Santísima Virgen María, la Virgen María, la Inmaculada… ¡que, al fin, venga vuestro reino!
In Corde Mariæ.