La virtud de la esperanza nos hace anhelar la verdad sobrenatural reconocida en la fe, y confiar en las promesas de Dios. Es la virtud que nos hace anhelar a Dios con una confianza ilimitada en su clemente ayuda.
Hubo incluso un momento en el que podemos decir que sólo María mantuvo la esperanza: el Sábado Santo, cuando Cristo yacía en el sepulcro y todo parecía ser en vano, y hasta los más fieles en la fe en Cristo dudaban a causa de su horrible muerte, María conservó la esperanza, sin ver cómo podría cumplirse.
Esta es la esperanza en su forma más pura, a saber, la confianza en Dios sin ninguna garantía humana, basada únicamente en su palabra, en la que se pone una confianza incondicional. Por ello, la Iglesia aplica a ella el dicho de la Sabiduría Eterna: “in me omnis spes vitae et virtutis– en mí está toda esperanza de vida y de virtud” (Eclesiástico 24:15).
De hecho, la certeza y la confianza de que permaneceré fiel a Dios hasta el final no es obra mía, sino que es una gracia inmerecida que me llega, como todas las gracias, a través de la Inmaculada. Por eso San Bernardo dice que María es tota ratio spei meae – la causa integral, toda la razón de ser de mi esperanza. Esto significa que ambas actitudes básicas de la esperanza tienen su firme fundamento y su más alta expresión en María:
– La esperanza como anhelo de Dios aleja al ser humano de las falsas “esperanzas” en los bienes mundanos y lo orienta hacia los genuinos y eternos bienes, que son los únicos que pueden saciar su sed y satisfacer su hambre. En este sentido, la esperanza es en realidad la virtud de la conversión, que significa precisamente “apartarse de los bienes mundanos y acercarse a Dios”.
Cuando la fe nos muestra la gloria de la felicidad eterna, crece en nosotros el anhelo de poseer estos bienes. Y cuanto más crece este anhelo, tanto más pacífica se vuelve el alma, es menos atormentada por los deseos y las ansias del mundo, que antes la sumían en un gran desasosiego. San Agustín dice que el alma que ha sido creada para Dios permanece inquieta hasta que encuentra su descanso en Dios, al igual que la aguja de una brújula está inquieta hasta que apunta exactamente hacia el polo magnético.
– La esperanza es también un auto-abandono en las promesas de Dios. Si María es llamada “nuestra esperanza”, entonces su presencia es la garantía de que estas promesas también se cumplirán, de hecho, que ya han comenzado a cumplirse en ella. Ella fue de hecho la esperanza de nuestros primeros padres, cuando recibieron la gran promesa de la Mujer que aplastaría la cabeza de la serpiente. A partir de entonces, ella ha sido la esperanza de la raza humana. Isaías conecta la promesa del Mesías con el milagro del nacimiento virginal.
Pero especialmente después de la Ascensión de Cristo, María permanece siendo la esperanza de los cristianos. Dios nos dio a María para que sea nuestra esperanza. Porque, a fin de cuentas, es asunto suyo la manera en que prefiera responder a nuestras plegarias. Quien llama a María invoca a su criatura más amada, toca el punto más tierno de su corazón, y descubre que su oración es respondida.
Las dificultades nos enseñan a rezar, y son las dificultades las que nos enseñan a valorar la lealtad y la ayuda de un amigo. En todas las épocas el pueblo cristiano ha tenido grandes dificultades, y de estas dificultades ha crecido la confianza en María. Y como nunca ha sido defraudada, nadie puede arrancarla del corazón del pueblo cristiano.
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