La Navidad & Fátima

La Navidad & Fátima

16 aLa Iglesia, al celebrar la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, quiere recorrer todas las riquezas y gracias contenidas en dicho misterio. Y una de ellas es, ciertamente, el mismo nombre que recibe el Verbo encarnado, el nombre de Jesús, que significa Salvador. Bajo este aspecto, podrá sernos útil considerar las relaciones o semejanzas que, a nivel de la gracia, presenta el misterio de la Navidad con las apariciones de Nuestra Señora de Fátima.

Pareciera que, a primera vista, tales semejanzas no existen, y que es forzado pretender encontrarlas. Pero, a poco que se considere, se observa que tanto en Navidad como en Fátima aparecen unas mismas ideas de fondo, unas mismas realidades, características del modo de obrar de Dios. Podemos resumirlas a cinco:

1º Tanto en Navidad como en Fátima, Dios viene a ofrecernos su salvación.

2º En ambos casos, esa salvación quiere Dios darla por María.

3º Esta salvación la anuncia primeramente a los pastores por medio de un ángel.

4º La anuncia luego al resto de la gente por medio de una estrella.

5º Y, sobre todo, el Corazón de María es el que aparece como guardando y asegurando en su interior esta salvación de Dios.

 

16 b1º La Navidad es el gran misterio salvador.
Lo que hace para nosotros tan amado el misterio de la Navidad, es ciertamente que en él nos brinda Dios el don esperado durante tantos siglos, desde la caída de nuestros primeros padres: el don de un Redentor, de un Liberador, de un Salvador. Y ese es justamente el nombre que lleva el Verbo encarnado: el de Jesús, que significa Salvador. ¡Con cuánta alegría acoge esta salvación nuestra pobre humanidad, después de haberla esperado y deseado durante tanto tiempo! La Santísima Virgen, representándonos a todos nosotros, la recibe en su seno, y luego en sus brazos. Por su parte San José, los pastores, los Magos, el anciano Simeón y todos los demás justos que tienen la dicha de verla, tocarla y abrazarla, hacen lo mismo también en nombre de todas las almas rectas que han de aprovecharse de dicho Salvador, entre las cuales queremos estar nosotros.

 Dios nunca nos ha abandonado desde entonces; y la salvación que nos ha ofrecido en su Hijo, la sigue ofreciendo en todas las épocas a los pobres pecadores llamándolos a la penitencia y a la adquisición de la vida eterna. Para nosotros, Fátima es justamente eso: en pleno siglo XX, Dios vuelve a irrumpir en la vida de los hombres para recordarles que muchas almas se condenan, y que El sólo quiere salvarlas: sí, salvar a los pobres pecadores, salvar a las naciones cristianas, salvar a la misma Iglesia: tales son las tres partes del secreto que Nuestra Señora entregó a los pastorcitos de Aljustrel.

2º En Navidad esta salvación nos viene por María.
Una de las cosas que más brilla en las fiestas de la Navidad es la voluntad divina de darnos la salvación, esto es, la persona del Salvador, por medio de María. Se aplica así al misterio cristiano, aunque de manera más suave y misericordiosa, lo que se dice de Judit, elegida por Dios para liberar al pueblo judío de la amenaza de Holofernes: «Oh Dios, que has dado la salvación por medio de una mujer». Dios ha querido darnos al Salvador, y por El la salvación tan esperada, a través de la Santísima Virgen, que por ello es el principal personaje del Adviento (en su mismo centro está su fiesta de la Inmaculada Concepción), y un personaje central en el misterio de la Navidad. De ella quiere nacer el Salvador; a ella acuden los pastores para encontrar al Niño Dios; en sus brazos está Jesús cuando Simeón acude al templo, para tener la alegría de conocer al Salvador que Dios ha enviado a Israel; en su regazo sigue todavía cuando se presentan en Belén unos magos venidos desde lejos para adorar al Rey de los judíos recién nacido. Esta presencia de María junto a Jesús, esa voluntad expresa de Jesús de no darse sino por María, es uno de los grandes secretos de la religión católica, y una de las claves del modo de obrar de Dios en todo el ámbito de la redención. Habiendo quedado perdida la humanidad por culpa de un hombre y de una mujer, por medio de otro Hombre y de otra Mujer debía quedar regenerada y justificada. ¡Qué admirables son los planes de Dios, y con qué condescendencia maravillosa se adapta a nosotros, pobres pecadores!

 Ahora bien, ¿cómo no ver en la gran revelación de Fátima, en la esplendorosa manifestación del Corazón Inmaculado de María como último remedio para salvar a los pobres pecadores y a la propia cristiandad, una prolongación de esta conducta de Dios? Igual que en Belén, Dios sigue empeñándose en no darnos sus grandes dones sino por María. Ese parece ser el resumen de Fátima. «Dios quiere que la Santísima Virgen sea más conocida, más amada y más servida que nunca», decía San Luis María Grignion de Montfort; «Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado», dice Nuestra Señora de Fátima. ¿No vemos cómo hay aquí, no sólo una correspondencia perfecta entre el anuncio del gran apóstol de María y el mensaje de Fátima, sino también una perfecta correspondencia con el plan de Dios tal como lo dejó trazado en la Encarnación del Hijo de Dios?

16c3º La salvación, anunciada primeramente a los pastores.
Los primeros afortunados en conocer la venida del Salvador fueron unos humildes pastores de las cercanías de Belén. Estando ellos en posesión de la revelación, Dios quiso anunciársela por medio de ángeles, que se les presentaron y les dijeron con gozo que en la ciudad de David, que es Belén, acababa de nacer el Cristo Señor, para gloria de Dios en los cielos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Ellos, fieles a la invitación de los ángeles, corrieron a buscar, no un rico personaje y una fastuosa morada, sino un Niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre; y, hallándolo (en los brazos de María, como se ha dicho), lo adoraron como a su Dios y Mesías, y le ofrecieron de corazón los más espontáneos presentes que pudieron hallar a mano.

 Nuevo rasgo de semejanza con las apariciones de Fátima, aunque parezca sólo una semejanza material: y es que la Virgen, al venir a anunciar en ellas la voluntad de Dios de salvar a las almas de los pobres pecadores, se dirige a unos sencillos pastorcillos, Lucía, Jacinta y Francisco, como a almas que tienen la fe y un corazón dócil para responder a la invitación del cielo. Es más, esta invitación la reciben justamente por medio de un ángel, el Ángel de Portugal, que los prepara a las apariciones de Nuestra Señora, poniendo en su corazón las disposiciones necesarias para ser los primeros divulgadores del mensaje de la Virgen y de los pedidos del cielo. ¡Con qué sencillez emularon estos pastorcitos, por su fe, docilidad y generosidad, a los pastorcitos de Belén! ¡Cómo creyeron con sencillez y firmeza en las palabras de la Virgen! ¡Cómo se entregaron a la penitencia por los pobres pecadores! ¡Cómo supieron cada uno cuál era la parte que la Virgen esperaba de él, en orden a la salvación de muchísimas almas!

4º La salvación, anunciada luego a los gentiles.
No bastaba, sin embargo, que el Salvador llegara a conocimiento de los pastores. Debían ellos ser las primicias del pueblo judío, primer destinatario de las promesas de Dios y del don del Mesías. Pero el don del Salvador era universal, era para todos los hombres. Por ello, Dios dispuso traer a su cuna, como primicias de las gentes, a los tres Magos venidos de Oriente, e invitarlos a adorar al Niño Dios por medio de una estrella. Paganos como eran, no teniendo aún el don de la fe, no convenía avisarlos por medio de ángeles, sino por medio de una creatura inanimada, adaptada a su condición. Siendo ellos dados a la astronomía, por este medio se les anunció el nacimiento de aquél que debía ser la Estrella de Jacob, según la profecía del adivino pagano Balaam, y que seguramente ellos conocían.

Misma o parecida manera de obrar de Dios en Fátima. ¿Quién creería en el testimonio de unos sencillos y rústicos pastores, para que los pedidos de la Virgen se divulgaran por todo el orbe, y para que ese mensaje estuviese revestido del mayor crédito? La Santísima Virgen podría haberse contentando con el Ángel de Portugal, si sólo hubiese venido a manifestar las voluntades del cielo a los pastorcillos de Aljustrel; pero para probar la verdad de las apariciones a todo el resto del mundo, y divulgar así el pedido del cielo a toda la Iglesia, prometió un prodigio, un gran milagro: el que justamente realizó con el sol. Esa fue la estrella con que la Virgen atrajo a tan gran muchedumbre de fieles a cumplir los pedidos de Dios y estimularlos a procurar la salvación de tantas y tantas almas que se condenan porque no hay quien rece y se sacrifique por ellas. Y, al igual que los Magos, que volvieron a su tierra por otro camino, las almas que contemplaron semejante prodigio, y otras muchas atraídas a Dios por este gran milagro, regresaron a su vida por otro camino, con otras disposiciones, con un cambio y mudanza de vida, gozosas de haber encontrado de esta manera la salvación de Dios y los medios de procurársela.

16d5º El Corazón de María, depositario de esta salvación de Dios.
Queda ya sólo exponer el último rasgo de semejanza, a saber, que el Corazón de María es el guardián, el depositario y el garante de esta salvación que Dios ha querido otorgarnos por medio de Ella, primero en Belén, y ahora en Fátima. El Evangelio nos dice expresamente, en el misterio de la Navidad, que después de enterarse la Santísima Virgen de las maravillas que los pastores le contaban, «guardaba y meditaba todas estas cosas en su Corazón». De este Corazón inmaculado recibió la Iglesia todas las confidencias que el Evangelio nos entrega sobre este episodio tan importante de la Encarnación y Nacimiento del Hijo de Dios. Ese Corazón fue el fiel depositario del don del Salvador, y de todo lo que se refiere a la salvación que El vino a traernos.

No nos tiene que extrañar, por lo tanto, que si en Fátima la Virgen viene a ofrecer de nuevo, de parte de Dios, la salvación a tantos pobres pecadores y a todas las sociedades cristianas, amenazadas de graves castigos y de ruinas, sea su Corazón inmaculado el garante de esa salvación y de la paz que el cielo quiere otorgar a los hombres. Fátima es la revelación del Corazón Inmaculado de María como condición de la salvación de los hombres y de las sociedades; de ese Corazón santísimo e inmaculado que el cielo ofrece como último remedio a la Iglesia y, por ella, a la humanidad. El que en Belén se manifestó como el Corazón de la Madre de Dios, se muestra ahora en Fátima como el Corazón de la Madre de todos nosotros, y de tantas pobres almas expuestas a una condenación eterna.

Conclusión.
Valgan estos puntos para mostrar en Fátima una como proyección y prolongación del misterio de salvación comenzado en Belén con el misterio de la Navidad. Es Fátima, al igual que Belén, la pasmosa manifestación del deseo intenso que Dios tiene de procurar nuestra salvación eterna, y de procurarla por los medios más adaptados a nuestra condición humana y a nuestra miseria: esto es, a través de una Madre solícita que busca, a tiempo y a contratiempo, el bien de sus hijos expuestos a males irremediables, si, por última vez, rechazan los ofrecimientos del cielo.

Padre Rodrigo Fernandez, FSSPX

 

Drucke diesen Beitrag