Carta del Padre Director Nº 4

Carta del Padre Director Nº 4

news031Queridos Caballeros de la Inmaculada

Desde su niñez San Maximiliano Kolbe tuvo un amor profundo y veneración para con Nuestra Señora. Él se crió con las devociones polacas de “La Gran Madre de Dios”, de “La Madre de Misericordia”, de “La Santísima y Bienaventurada Virgen”, y muchas otras advocaciones bien conocidas a los católicos en aquel país. Se celebraba la Inmaculada Concepción especialmente para acentuar la verdad católica contra los rusos ortodoxos cismáticos quienes no aceptaban este privilegio de la Virgen como dogma de fe. Sin embargo, el título de “La Inmaculada” usado como nombre propio vino de San Maximiliano: él quería que se hiciera popular el gran misterio de la Inmaculada Concepción, la cual para él era más que lo definido como dogma en 1854 que es la concepción de Nuestra Señora libre de la mancha del pecado original por un privilegio único. Él a menudo hablaba de la dimensión práctica de esta verdad de la fe que se convirtió en la fuente de toda su vida espiritual y de su inmensa labor apostólica. El fruto más bello de esta devoción fue ciertamente la Militia Immaculata que reúne almas alrededor de Ella en números cada vez mayores, almas igualmente impresionadas y entusiasmadas por Ella por ser Ella La Inmaculada.
La idea principal que animaba la fundación de la MI era la de formar un ejército alrededor de Nuestra Señora, un escuadrón de élites imbuidos de un ideal; es la razón por qué San Maximiliano los llamó ‘caballeros’ y no simples soldados. Él tenía en mente la gran disposición divina: Dios, al obrar en el mundo, siempre se vale de instrumentos creados, y generalmente no obra sin ellos. Su Reino en este mundo es una Iglesia sacerdotal y cada cristiano tiene que colaborar con la gracia de Dios para salvar las almas y cumplir el más grande de los Mandamientos — el amor de Dios, el amor del prójimo.
La MI se convirtió en un medio importante para despertar a los fieles muy a menudo dormidos y hacerlos conscientes de su papel vital en la Iglesia Militante: luchar con la Mujer del Apocalipsis contra los enemigos de nuestra salvación. ¡Qué gracia la de redescubrir nuestra vocación noble, inmortal y eterna! Ella nos llama, en su misericordia desmesurada, a trabajar por el triunfo de su Corazón Inmaculado; Ella se digna en hacernos “cazadores de almas” y nos hace producir “frutos sempiternos” con una recompensa eterna, porque “lo que hayamos hecho por otros, lo hemos hecho dos, tres o más veces por nosotros mismos”.
San Maximiliano nos enseña que todo esto es importante; sin embargo, ¡no es lo más importante! De hecho, la idea central de la Militia Immaculatae no es el caballero sino la Inmaculada. En el certificado de los Caballeros (maly dyplomik) las primeras palabras que aparecen son las mismas que encontramos en el acto de Consagración: “Ella aplastará la cabeza de Satanás” y “Tú sola has vencido todas las herejías del mundo”. Si estuvieras en el taller de algún artista y admiraras sus obras maestras, estarías maravillado del artista, te maravillarías de su talento y obras; no pensarías de sus herramientas, ni de sus brochas y lápices. Si entraras por un hogar tan limpio que brilla, te admirarías por la ama de casa y no te interesarían las escobas y los trapos que ella utilizó para limpiar.
En la MI, no hay casi nada acerca de nosotros sino que todo es acerca de Ella. Ella es toda la MI, Ella es todo en nuestra vida, Ella es “vida, dulzura y esperanza nuestra”. La MI es acerca de un descubrimiento asombroso y excepcional, un descubrimiento que trae tanta luz en nuestra oscuridad, tanta eternidad en nuestra nada, tanta alegría en nuestra triste vida, tanta emoción en nuestra banalidad aburrida, tanto amor en nuestra fría y descorazonada alma.
¿Y cuál es este descubrimiento? Es que Dios quien nos creó, quien decidió otorgarnos felicidad perpetua, quien vino personalmente a salvarnos, Dios nos convoca a donde el Increado tocó a lo creado, donde Él se unió a Sí mismo con una naturaleza humana. Él llama a este lugar el “Santo de los Santos”, el santuario que será siempre su “Morada creada”. ¡Qué pensamiento admirable el ser admitido en la morada de Dios en la tierra!
¿Qué, o más bien, quién es ese lugar, esa confluencia entre la eternidad y el tiempo, entre el cielo y la tierra?
Imagina la majestad de la Santísima Trinidad decidiendo la creación y la salvación del mundo desde antes de los tiempos. Cada posible creatura estaba ante su consideración, como si mirase a un mapa. Él veía a todos los que iban a ser creados, el número casi infinito de espíritus puros y a todos los hombres. Pero su mirada estaba fija sólo en Ella, y Ella iba a estar a la cabecera de todas las crearuras, Ella que es la “bendita entre todas”.
Ella iba a convertirse en una morada para el Hijo, cuya morada eterna es el seno del Padre. “En el comienzo, aún antes de la creación, yo estaba ya concebida”. En el pensamiento eterno de Dios, Ella, desde la eternidad, iba a ser elegida como hija del Padre, madre del Hijo, y esposa del Espíritu Santo.
La Idea eterna de la Providencia de Dios era crear el mundo de modo que su Hijo pudiera hacerse Hombre, hacerse Jesús, por quién, en quién y para quién todas las cosas fueron creadas y mediante quien todos deben volver a Dios. Para que se pudiese realizar esta idea Dios había concebido otra idea semejante de un ser humano del cual el Hijo pudiese tomar su naturaleza humana, su Cuerpo y Sangre y su Sacratísimo Corazón. ¡Y así fue concebida, en su sabiduría eterna, María, la Madre del Verdo Eterno, morada de Dios en la tierra!
Cuando pensamos y hablamos de Ella, lo hacemos con la herramienta pobre de nuestra razón limitada: meditamos su natividad por Santa Ana y San Joaquín, la Anunciación, la Natividad de Jesús, la huída a Egipto y la vida oculta en Nazarét. La seguimos discretamente en la vida pública de Nuestro Señor y la encontramos nuevamente al pie de la Cruz. Y luego de la Resurrección de Jesús admiramos su Asunción gloriosa y toda la intervención maravillosa de nuestra Madre celestial asistiendo a sus hijos en el medio de peligros constantes.
Pero debemos también procurar levantar nuestra mente lo más que podamos hasta el límite donde termina el tiempo y el espacio y donde comienza la eternidad, donde no hay ni pasado ni futuro sino sólo un eterno presente. ¿Y qué se nos permite ver allí?
La Trinidad infinita quien la elige, la Primogénita de todas las creaturas en su pensamiento eterno, más preciosa y más grande que los Querubines y Serafines, tanto que todas las demás creaturas comparadas con Ella son como si fueran un pequeño lago al lado de un océano inmenso. La obra maestra de todas sus obras, empero, será un ser humano, y todos los seres humanos necesitarán redención luego de la caída de sus primeros padres.
Y así Ella será redemida por aquella Sangre preciosísima que iba a ser tomada de Ella misma. Dios, previendo el Calvario, vierte su Sangre preciosísima en el alma de Ella en el momento mismo de su concepción: esta Sangre impide que en Ella entrase el pecado original. “Cuando, con una palabra, Dios hizo salir de la nada el alma y el cuerpo de María, las Personas Divinas cercaron a su creatura elegida en este mismísimo instante y la gracia de la Inmaculada Concepción fue su acogida y su toque” (Padre Faber).
“He aquí el tabernáculo, la morada del Altísimo entre los hijos de los hombres”, enteramente pura, completamente exenta de la más mínima sombra de imperfección, santidad creada. María estuvo exenta de lo que pudiera limitar a Dios con respecto a su creatura.
Ser “Inmaculada” es simplemente una descripción negativa de ser llena de gracia, de la plenitud de la vida de Dios, de la totalidad absoluta del amor infinito de Dios hacia todas las creaturas. Creada desde la nada, en el primer momento de su existencia, María fue elevada hacia las esferas de la naturaleza de Dios de modo sin igual a ninguna otra creatura. Con voluntad libérrima Ella se entrega a Dios, desaparece completamente en el raudal de luz y gracia que colma a su alma, para que Dios sea “todo en todo”.
La morada de Dios en la tierra ya está preparada. ¡Él mismo puede venir cuando quiera! No encontrará obstáculo alguno sino gran deseo, entera pobreza, suma apertura, y un Corazón Inmaculado que late con el mismísimo amor del Espíritu Santo quien desde toda la eternidad la había elegido por esposa suya.
Inmaculada significa: la presencia santísima de Dios en la tierra, el cáliz purísimo colmado de las aguas vivas de la totalidad de la gracia de Dios, de la vida de Dios, del amor de Dios. Esta Mujer tan compenetrada por el Espíritu Santo que todo en Ella es simplemente una transparencia de Su presencia y acción: los pensamientos de Ella, sus gestos, sus palabras, sus acciones, son todos más bien pensamientos, deseos, palabras y acciones del Espíritu Santo que de Ella misma.
Inmaculada significa el santuario sin mancilla donde el Hijo entrará en la plenitud de los tiempos, hacerla su propia Madre y socia en su obra de la redención. Ella apartará la maldición de la primera Eva quien había perdido su belleza inmaculada para sí y para su descendencia. La nueva Eva no sólo será más inmaculada que la primera sino que será la “madre de todos los vivientes” que aniquilará la mancha y la inmundicia de la serpiente cada vez que a Ella se le permita dar vida sobrenatural.
Inmaculada significa Madre y Reina de todos aquellos redimidos con la Sangre de Jesucristo, el cual los invita a todos a encontrarse con Él en su morada en la tierra, en este santuario, que será para ellos “un refugio y camino seguro que los guiará hacia Dios”.
Todos estos misterios insondables (y otros más) se contienen en el concepto sencillo inventado por San Maximiliano Kolbe: ¡La Inmaculada! ¿Acaso comprendemos ahora por qué él a menudo había insistido que, acerca de sus misterios, más aprendemos estando de rodillas, en contemplación, más que leyendo muchos libros sabios?
Nuestro Señor nos está invitando: “Hijo mío, amado, ¡vuelve a casa!”. Y aquellos que, con admiración, temor santo, y gran gozo responden “Sí, yo vuelvo”, ¡son llamados hijos de la Inmaculada! Es el regalo más grande que un hombre jamás puede recibir en este mundo, y debemos decir con gratitud inmensa: “Yo, un exiliado, un vagabundo, un mendigo andariego, ¡yo por fin he encontrado mi hogar!”
¿Pero qué significa ahora ser Caballero de la Inmaculada? Simplemente tener el deseo de volver a llevar el mayor número posible de almas ‘de vuelta a casa’ de modo que ellas también encuentren el santuario más puro y más santo en la tierra; de modo que todas las almas encuentren la fuerza para luchar contra todo lo que sea manchado (Satanás, el pecado y el mundo inicuo), para que durante esta guerra de por vida puedan hallar un refugio y hogar seguro, donde podrán recuperarse de sus heridas.
Pero sobre todo el Caballero de la Inmaculada es la presencia viva de la Inmaculada Concepción en el mundo. Y dondequiera que aparezca Ella las tinieblas del error y las manchas del pecado deben desaparecer. En el caballero y por el caballero Ella misma repite lo que había dicho a Santa Bernardita en Lourdes: “¡Yo soy la Inmaculada Concepción!” Y en el medio de las pruebas y tribulaciones sin fin de estos tiempos apocalípticos el caballero trae a muchas almas un rayo de paz celestial y eterna felicidad: ¡Oh Inmaculada!

Padre Karl Stehlin
En honor de la Festividad de la Inmaculada Concepción del 2016.

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