Carta del Padre Director Nº 3

Carta del Padre Director Nº 3

carta del padre director¡Queridos Caballeros de la Inmaculada!
Entremos en el mes del Santo Rosario con un deseo inmenso y una firme resolución de obedecer al Corazón Inmaculado que nos pide que recemos el Santo Rosario cada día. Ahora más que nunca, vivimos en tiempos terriblemente apocalípticos, por eso debemos estar profundamente impactados con las palabras de Sor Lucy: “Ahora Dios nos ofrece los dos medios de salvación: la devoción al Santo Rosario y al Inmaculado Corazón de María”. Sólo con estos medios hemos de salvar nuestras almas y las almas de muchos otros. Nosotros, los Caballeros debemos estar en el frente luchando la campaña de la Cruzada del Rosario instituida por nuestro Superior General, para dar a conocer y hacer amar el Corazón Inmaculado. Así sus solemnes peticiones serán finalmente cumplidas por el bien de la Santa Madre Iglesia y la salvación de muchas almas.

Pero hay que estar atento: es insuficiente únicamente recitar el Rosario. Debemos tener una real devoción a él, asimilando el tesoro escondido en esta oración misteriosa. San Luis María Grignion mismo meditaba profundamente en su libro sobre este tesoro escondido, el admirable misterio del Rosario. El Papa León XIII explica el Rosario en sus encíclicas en estos términos: su ‘cuerpo’ exterior, su ‘parte material’, es la oración vocal, pero su aspecto interior, el ‘alma’ es la meditación de los misterios sobre la vida de Nuestro Señor por medio de Nuestra Señora.
Permítanme primero dar en esta carta una respuesta simple a la pregunta: ¿Por qué es el Rosario tan importante en estos últimos tiempos?
El Santo Rosario es hoy tan vital para nosotros simplemente porque es el camino perfecto para penetrar los misterios de Jesús por medio de María. El ROSARIO ES UN ATAJO para entrar en el misterio de NUESTRO SEÑOR. Especialmente para los muy ocupados hombres y mujeres de nuestros tiempos, el Santo Rosario es EL medio más fácil para meditar nuestra Fé: quizás no todos los misterios, pero seguramente los misterios más esenciales de nuestra Fé, los más necesarios para nuestra salvación.
Los misterios gozosos – la venida de CRISTO a este mundo – nos ponen en claro que el centro de la creación no es el hombre (al contrario del culto moderno del hombre), no es el paraíso en la tierra, no es la propia corta vida, sino CRISTO NUESTRO SEÑOR presente entre nosotros. Los misterios gozosos fijan nuestros ojos en El, y nos ayudan a vencer la tentación que hace que las mentiras y las ilusiones de este mundo sean el centro de nuestras vidas. Los misterios dolorosos nos muestran el CAMINO que debemos vivir en la tierra: “¡Toma tu cruz diariamente!” La gran ley del amor consiste en olvidarse de uno mismo y ofrecerse para la gloria de Dios y la salvación de las almas, identificándose con los sufrimientos de Nuestro Señor. Y los misterios gloriosos nos muestran el OBJETIVO de nuestras vidas: no el éxito terrenal sino la gloria eterna merecida por la Resurrección de Nuestro Señor. En estos tres misterios tenemos todo lo esencial para nuestras vidas espirituales: el fundamento (Emanuel – Dios con nosotros), el camino (el Via Crucis) y el objetivo (la gloria eterna). En este trayecto el Santo Rosario nos ilumina y nos libera del peligro de andar por el camino engañoso del mundo hacia la perdición.
Segundo, permítanme presentar algunos aspectos profundos del Santo Rosario porque esta oración ¡nos compenetra con Dios mismo por medio de María, y nos regresa a Dios por medio de María! Esto significa que la devoción al Santo Rosario es el camino más corto y más seguro para la santificación.

1°) ¡MARIA nos lleva a las profundidades del Misterio de Dios Mismo! En el Rosario nos revela el admirable misterio de los misterios, el de la Santísima Trinidad. Dios mismo se acerca a nosotros por medio del Rosario. El corazón amoroso de nuestra Madre nos da a sus hijos el regalo más maravilloso: ¡Dios mismo!
En los misterios gozosos descubrimos a Dios Padre como la fuente y el manantial de todo lo bueno, especialmente del bien superior, nuestra propia salvación. ¡El envía a su Hijo a la tierra! Dios Hijo es la revelación de Dios en el mundo, el Sol espiritual que dispersa la oscuridad con su Nacimiento; y como Niño alumbra a los doctores de la Ley en el templo. Dios el Espíritu Santo realiza el misterio de la Encarnación y por medio de sus inspiraciones lleva la gracia de Dios al mundo. Está presente en la Visitación de Nuestra Señora y en la santificación de San Juan Bautista en el vientre de su madre Elisabeth, y luego durante la Presentación del Niño Jesús en el templo cuando ilumina y santifica a Simeón y a Ana la profetisa.
En los misterios dolorosos meditamos los actos especiales de la misericordia infinita de Nuestro Señor. Aquí Nuestra Madre abre delante de nuestros ojos la profundidad del Corazón de Jesús durante su agonía en Getsemaní. ¿Qué sucedió allí? Escuchamos el latir de Su Corazón, El que es santísimo, bellísimo, perfectísimo y que al mismo tiempo es demolido por la masa infinita del horror y la miseria del pecado, la inmundicia moral del hombre y los insultos repulsivos. Vemos un gesto tremendo de misericordia en la manera en que El acepta todos estos horrores, de modo que pueda pagar el terrible precio del mal y destruirlo con el sacrificio de Su propia vida. Y vemos igualmente la misericordia del Padre que manda al Angel de la Agonía para fortalecer a Su Hijo en el jardín, para que Cristo pueda ir el camino del amor misericordioso hasta el mero final. La flagelación y coronación con espinas es la Misericordia de Dios en acción: aquí y ahora es destruída la oscuridad por medio del pago con Su Preciosísima Sangre, Su Cuerpo desfigurado y Su Cabeza traspasada con espinas. La Misericordia divina no es una broma, no tiene nada de sentimentalismo. El Hijo de Dios atrae a sí mismo la mayor opresión posible para liberar a los pecadores de la esclavitud del pecado. La Misericordia de Dios nos obtuvo nuestra redención, pero ¡a qué precio! Y, ¿es que no podemos comprender el cargar de la Cruz y la muerte de Cristo como una participación especial del Espíritu Santo en esta obra de misericordia de Dios? La fortaleza de Cristo para cada vez levantarse de sus tres tortuosas caídas; la ayuda y el consuelo que acepta de Simón el Cireneo y de Verónica; la presencia de la Madre Dolorosa misma en el camino del Calvario – en el fondo de esto el Espíritu Santo se revela discretamente, trayendo la obra de redención a su total cumplimiento y última totalidad. Y el drama total culmina en el Calvario. Todas las Personas Divinas se encuentran allí: El Padre que sacrifica hasta el final todo lo que el posee – ¡Su Hijo! El Hijo, que ama “hasta el final” mediante ¡todo sufrimiento posible! El Espíritu Santo que ahora mora en el Corazón Inmaculado de María al pie de la Cruz, la llama del amor eterno de Dios en su Corazón ¡quemándose e irradiando en Su compasión y sus infinito dolor!
En los misterios gloriosos el AMOR INFINITO aparece en el triunfo y la eficacia perenne de toda la obra de salvación. Primero asistimos al triunfo del Amor de Dios en en el milagro de la Resurrección, en la última y eterna revelación de la gloria de Dios, de su santidad y su majestad. La Ascención es el retorno triunfante de Cristo al Cielo junto con todos los miembros de Su Cuerpo Místico. Y el misterio central es el envío del Espíritu Santo – ¡EL FUEGO DEL AMOR DE DIOS! – . En el Cielo todos los deseos serán cumplidos en la paz eterna y en la felicidad sin fin. Y los últimos dos misterios gloriosos nos muestran esta felicidad en su más prefecta realización, cuando por medio de la Inmaculada, toda la creación comienza su retorno a Dios. La Coronación de María es ambas cosas, la revelación definitiva de todo el amor de Dios, que la colma de sí mismo más que todos los ángeles y santos del Cielo, y la última victoria y culminación de todo el órden creado, cuando “¡Dios será todo en todo!”

2°) María nos lleva a la profunda realización y objetivo de la creación: Ella nos ayuda a comprender quienes somos en realidad y lo que debemos ser a los ojos de Dios. Santo Tomás enseña que Ella es la representante de toda la humanidad, y únicamente en ella podemos alcanzar nuestra culminación, que es la unión con Jesucristo que nos es dado por Ella, que nos purifica, transforma, santifica y finalmente nos glorifica.
En los misterios gozosos Ella aparece como el orígen, la causa, la fuente, el comienzo solemne de nuestra verdadera vida como “hijos de Dios”. En Ella vemos la realidad de todas las criaturas: que la causa de nuestras vidas no es el mundo o la criatura, sino está en Dios, del cual todo depende. Cada misterio indica un “comienzo” , la revelación de la causa y fuente de la existencia, y la relación de la criatura hacia su Creador.
Desde que se cometió el Pecado Original, el mundo entero está gimiendo en la espera de un Salvador (véase Romanos 8:20-22), en su deseo de ser liberado de la esclavitud del pecado y del diablo para llegar a la “libertad de los hijos de Dios”. Esta liberación comienza en la Anunciación, cuando María responde al Angel y recibe al Hijo de Dios Encarnado en el mundo. En este momento, la creación, atrapada en la esclavitud del diablo y perdida en la oscuridad – recibe una luz deslumbrante y vuelve a ganar la libertad, al ser recreada, reconstruida sobre un nuevo fundamento, nuevos principios, y una nueva ley. Porque Dios ahora está con nosotros (Emanuel) encontramos un nuevo centro de gravedad, una nueva forma de vida, un “nuevo corazón”. En la medida en que orientamos todo hacia este centro, que es DIOS EN NOSOTROS, todo se hace comprensible, armonioso, bello, puro y santo.
La Visitación nos presenta otro “comienzo”, la inauguración de la obra de gracia de Dios por medio de la santificación de San Juan el Bautista. El sumo regalo le fue llevado por María. Su Visitación fue el comienzo de su propia santificación. En esto podemos tener confianza que Dios no cambia: lo que hace una vez lo continuará haciendo. Si el primer milagro de la gracia fue consumado por María, entonces continuará santificando al hombre por medio de María. Por medio de María, Nuestro Señor Jesucristo visita cada alma y vierte en Ella la gracia santificante. Este es el comienzo de nuestro retorno a Dios, el comienzo de un nuevo mundo, por medio de María.
El Nacimiento nos muestra que este mundo renovado no sólo existe en las profundidades de los corazones ó en una intimidad invisible. Tenemos necesidad de ver, oír, sentir. Este nuevo fundamento debe ser visible; sino, nadie puede construir sobre él. ¿Cómo se hace visible la Eterna Sabiduría? En la forma de un niño pequeño. Hasta el fin del mundo María continúa apareciéndose a la humanidad con un Niño en sus brazos, como dan testimonio inmumerables cuadros e íconos. ¿Qué es lo que esto significa? Nos da la condición como hemos de construir nuestras vidas sobre el único verdadero fundamento, sobre el fundamento de la gracia divina: debemos convertirnos en niños pequeños, en SUS niños. La Presentación en el Templo es igualmente un “comienzo”, introduciéndonos a un acto humano esencial y sublime, que debe ser el comienzo de todo lo que es verdadero, bueno y sabio: ¡el acto de entrega, de sacrificio! De nuevo María fue la primera en hacer esta entrega, y su sacrificio fue el mayor: entregó a Dios TODO lo que tenía. Ofreció el alma de Su alma, el corazón de Su corazón: Su propio Hijo. Eran solo 40 días desde que lo había recibido de Dios, y desde ya se lo entrega al Padre, ofreciéndolo en el Templo. Esta es la ocasión para meditar sobre el gran principio que domina nuestras vidas espirituales: ¡si quieres recibir, tienes que dar! Si quieres recibir más tienes que dar más. ¡Sólo el todo lo da, lo recibe todo! Finalmente, meditando el misterio del hallazgo de Jesús en el Templo, el Corazón Inmaculado de María nos enseña otra condición esencial que debemos cumplir si queremos vivir una nueva vida espiritual con Ella. Por nuestro propio esfuerzo nunca seremos capaces de sacrificarnos adecuadamente y conseguir órden y armonía en nuestras vidas. Solamente la constante búsqueda de Nuestro Señor, de Su rostro, de Su voluntad, y de su doctrina nos permitirá salir de nuestro mundo estrecho y cerrado. ¡El que busca, encuentra!
En los misterios dolorosos María se nos aparece como “el camino que nos lleva al Cielo”. Aquí nos muestra a lo que se debe asemejar nuestro diario “volver a Dios”.
Las primeras experiencias en nuestro camino hacia Dios son muy humillantes, mas la meditación de la Agonía nos muestra que somos incapaces de hacer ni un paso por nosotros mismos. Como los apóstoles dormimos, como Judas traicionamos, huímos, nos escapamos, abandonamos al Señor. Así nos acercamos en la aflicción hacia Ella que nos puede regresar a Sus pies solo para oír el grito del Señor agonizante: “¡Dame el Cáliz lleno de tus pecados! ¡Los tomo todos! ¡Pago el precio por todos ellos!” No podemos recibir Su infinita misericordia si no Le confesamos primero toda nuestra vergüenza y suciedad, si no Le permitimos ser misericordioso con nosotros. Entonces los azotes en el pilar y la corona de espinas despiertan en nosotros un agudo dolor, un grito intenso: “Soy yo quien provocó esto con mis impurezas y mi orgullo. ¡Yo mismo fuí partícipe de Tu tortura! Y ahora por gracia de Dios siento contrición, soy el ser más incapacitado en el mundo. Debo ver como mis pecados y los pecados de los demás infligieron el sufrimiento en Tu Santa Cabeza y Cuerpo.” Esta incapacidad es una tortura para alguien que ama, ¡que quiere hacer algo por el bien amado! Ahora una segunda experiencia implanta en nosotros las condiciones esenciales para un sólido y constante retorno a Dios: la contrición y la humildad. Y sólo en el Camino del Calvario podemos finalmente comenzar a hacer algo por nuestro amado Señor: con Simón el Cireneo podemos ayudarle a cargar la Cruz; con Veronica podemos limpiar Su rostro con el pañuelo de la compasión. El trayecto de nuestro retorno a Dios puede estar enteramente preocupado de cosas insignificantes de por sí, quizás, ¡pero hechas siempre con mayor amor! Pues sólo en el quinto misterio doloroso recibimos la Nueva Ley que debe penetrarnos, sin la cual no podemos perseverar: asistir a la Pasión de Cristo con su Madre, meditar en todo momento las llagas del Salvador por medio de los ojos de María y amarlo con Su doloroso Corazón. Por consiguiente, un acto esencial de nuestro perpetuo retorno a Dios es la participación en el Santo Sacrificio de la Misa. De pie junto a Ella al pie de la Cruz, escuchamos a Nuestro Señor como El nos la entrega como nuestra propia madre, haciendo nuestros nuestros corazones similares a Su Corazón, llenos de amor por Dios y por la salvación de las almas.
En los misterios gloriosos Nuestra Señora nos presenta la única meta de nuestras vidas, el destino de nuestro retorno a Dios. Ella nos recuerda el “por qué y para qué es todo” porque sabe que nos olvidamos muy fácilmente las cosas más esenciales y “la única cosa necesaria”. Además, nos da la valentía para no desesperar cuando los obstáculos y las adversidades parecen obstruir nuestro camino al Cielo.
La meditación de la Resurrección llena nuestras almas de gran admiración, de tal profundo gozo, ¡una tal victoria, un tal triunfo de Cristo por encima de todo! ¡Quién puede negar el Amor de Dios! Es por nosotros que Cristo se levantó de los muertos, para mostrarnos nuestra futura resurrección. Nosotros tambien hemos de resucitar, si perseveramos fielmente en la cima de la vida espiritual, en la práctica del más grande mandamiento. La renovada y eternamente bendecida humanidad de Nuestro Señor es el modelo y la forma de nuestra futura vida gloriosa en el Cielo. ¡Amor por amor! Si lo amamos hasta el final, si somos crucificados y enterrados con El, entonces tambien seremos levantados de la muerte con El.
En la meditación de la Ascensión, Nuestra Señora nos muestra la marcha triunfal de la victoria del Rey de Reyes, su glorioso retorno al Padre. ¿Cómo lo han recibido y saludado en el Cielo aquellas almas de los fieles patriarcas y profetas? Esta es una visión que llamamos éxtasis de Amor: el estar absorbido en El, enfocado en El cuando entra en Su reino eterno. María nos llena con Su propia fascinación a la vista de Cristo, Rey del Amor “vestido con una túnica talar y ceñidos los pechos con un cinturón de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos, como la lana blanca, como la nieve; sus ojos, como llamas de fuego; … , y su voz, como la voz de muchas aguas …, y su aspecto era como el sol cuando resplandece en toda su fuerza.” (Apocalipsis 1:13-16). La gloriosa figura del Señor resucitado debe tocarnos tanto como tocó a San Pablo delante de las puertas de Damasco, cuando vió a Cristo y cayó en tierra y se convirtió en prisionero para siempre, en servidor, amigo y apóstol de Cristo. Desde ese día en adelante la única cosa que era provechosa para San Pablo: “¡Mi vida es Cristo!” Esto es uno de los mayores deseos de María, que estemos atrapados en el apasionamiento como el Apóstol de los Gentiles, y como Ella, en el amor tremendo de Su Hijo.
El envío del Espíritu Santo nos lleva al Cenáculo, donde el Espíritu Santo “enciende el fuego de Su Amor” en nosotros, como encendió en Pentecostés a Nuestra Madre Celestial, a los apóstoles y a los discípulos. La vemos en el centro rodeada de ellos – qué reunión fascinante! Es imposible imaginarse el aspecto de María cuando el fuego del Espíritu Santo la penetró. Más tarde se aparece a almas privilegiadas, a visionarios que tratan de explicar Su belleza y majestad celestial. En Fatima: “Era más brillante que el sol e irradiaba una luz más clara y más intensa que el vaso de cristal lleno de agua gaseosa, cuando los rayos del sol abrasador lo atraviesan.“ En La Salette: “De repente vimos una luz bellísima, más clara que el sol… Yo miré atentamente hacia esa luz. Primero era inmovible, poco después ví en Ella otra luz aún más brillante que se movía, y en esa luz ví a la más bella Señora.” En Lourdes a Santa Bernarda: “Era muy diferente en apariencia respecto a la otra gente porque de Ella salía una luz increíble, y era bella,” tan milagrosamente y totalmente bella, que Santa Bernarda, aún siendo una pintora dotada, no hubiera podido retratar Su belleza tampoco con los instrumentos más perfectos… Santa Bernarda vio una figura delgada de tamaño medio. Se veía muy jóven, quizás una jóven de 20 años. Pero su belleza y juventud tenían algo extraordinario. Parecía una juventud que nunca pasó ni nunca pasará — una juventud eterna. No obstante, había algo más en esa juventud, imposible de expresar con palabras. Era como si uno uniera la gracia de una vírgen niña muy pura, con un entendimiento serio e infinito, con la bondad ilimitada de una madre y la majestad monárquica de una reina.” ¿No podemos reconocer en estas descripciones el poder del Espíritu Santo, que al admirar Su belleza y llenarla de luz, nos quiere llevar a las alturas de Su Amor?
Y es así que Ella fue la primera en alcanzar la cumbre infinita del misterio de Dios. El trayecto de su vida hacia el Cielo fue como una inmensa llama de amor: Murió literalmente por amor. Esto se hace visible en su Asunción, cuando como primera de todos los humanos alcanzó la meta, a la cual traerá luego a sus hijos. La muerte (dormitio o reposo) de María debe ser considerada la plenitud de Su amor, como muriendo de amor. Su Amor fue tan inmenso que nada más podría retenerla en esta tierra. Y el último misterio glorioso es justamente un canto de admiración a Su triunfo sempiterno. Pero sería un error pensar que porque está en el Cielo, estaría alejada de nosotros que permanecemos en la tierra. A pesar de que está en el Cielo, no está nada lejos, porque aquí y ahora se preocupa por Sus hijos. La Reina del Cielo y de todas las criaturas debería atraer nuestros ojos y nuestros corazones. En Ella todos Sus hijos están llamados a recibir la corona de la gloria. La meditación de este misterio del Santo Rosario nos debería conducir a una actitud de espiritualmente preferir morar allí en el misterio de Dios que aquí en la tierra. Allí se encuentra nuestra verdadera realidad; la vida aquí es solo una sombra. Allí está nuestro corazón, aquí nuestro exilio. En Ella podemos exclamar como San Francisco: “¡Mi Dios y mi Todo!“

En la festividad de San Franciso, 4 de octubre, 2016.
Con mi bendición sacerdotal
Su servidor
Padre Karl Stehlin

Drucke diesen Beitrag